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Voto de Jark Prongo:
8
27 de septiembre de 2016
84 de 109 usuarios han encontrado esta crítica útil
”La cogí del cuello, la tiré al colchón
me lancé hacia ella, le di un palizón”
No Te Modernices, Niña. El Payo Juan Manuel
Diez años después de tocar en El Libro Negro dos posibilidades que arrastraban en todo debate un anatema quizá sólo equiparable a todo lo que concierne al terrorismo y la pedofilia, tras aquello que hizo de mostrar la plausibilidad de existencia de nazis buenos y judíos malos durante la II Guerra Mundial, vuelve Paul Verhoeven. Y lo hace más cafre, más desatado y más de vuelta de todo que nunca. Quizá cosas de saberse más con un pie –por edad- en el camposanto que sujeto a abucheos de mentes estrechas. El caso es que el genio inspirador de Chris Morris alcanza en Elle unas cotas de ambigüedad y relativismo moral que parecían difíciles de lograrse tras esa marca autofijada en la ya citada El Libro Negro. Elle es una comedia negrísima ante todo, y de altísimo nivel en lo que respecta a hacer reír; lo de la cena de navidad es antológico. De este palo a uno se le viene a la cabeza Very Bad Things, las obras del gran Paul Bartel y 4 Lions, si bien todas –salvo la última- palidecen comparadas con Elle. Y esto es porque Verhoeven es, de nuevo, una especie de máquina de esas que usan los bateadores para entrenar a solas, de las que les bombardean a pelotazos. Solo que él lo que lanza son dilemas, perspectivas y tabúes para que te replantees no pocas cosas.
Isabelle Huppert es una alta ejecutiva que se comporta con altivez en todas las facetas vitales que rigen a la clase media: familia y trabajo son campos de juego donde delimita las reglas e incluso impone a los demás. En lo tocante al libreuso de su sexualidad igual sucede. El ámbito familiar es ella siendo dueña de la vida de los demás y en el laboral otro tanto de lo mismo. Lo único que le tose es su nuera –igual de echada para adelante que ella con el añadido de la juventud y la carencia de su status economicosocial- y un notas de la empresa en la que trabaja. En ningún caso problema alguno ni la una ni el otro, excepciones a ese dominar todo ámbito de juego que pisa. Cuando Elle no lleva ni un minuto un enmascarado con pasamontañas Quechua irrumpe en el sacrosanto hogar de la Huppert –ese perímetro de status y seguridad que es la casa en toda burguesía- y le da una golpiza mientras la viola. El gato de Isabelle mira, y al espectador se le ofrece la imagen desde la mirada del felino. Mirada que comprende un encuadre dentro de otro: esa puerta que sólo deja ver parcialmente a Isabelle primero sola y luego con el violador ya nos dice que no sabemos todo, que tenemos muchos detalles que aún no se pueden conocer.
Isabelle no denuncia. Asume esa decisión porque su padre hizo en su día algo a ojos de la ley bastante peor que lo que supone la agresión que ha vivido. Se da a entender que es para que los medios no irrumpan de nuevo en su vida, pero tampoco se puede determinar sin fallo que sea por esa razón: Isabelle no está acostumbrada a ser la víctima, y una denuncia le hace asumir al instante ese rol. De hecho lo comenta con sus allegados del trabajo, todos altos cargos, todos de su status; un ámbito en esas posiciones donde cualquier indicio de debilidad es aprovechado en beneficio de quien mueva ficha, algo que tan bien narraría el Demonlover de Assayas, película con la que tiene ciertos paralelismos en lo laboral Elle, y no sólo por las animaciones 3D a lo Urotsukidoji. El caso, decía, es que lo comenta, así como su intención de no denunciar; algo que viene a ser enunciar a sus competidores que ni eso la va a doblegar, que le ha sucedido algo horrible que en vez de debilitarla le hará más fuerte. Y así es: asume el rol de cazadora. Se arma. Hace rondas nocturnas por su casa para rociar gas antiviolación ante cualquier sospechoso. Incurre en no pocos delitos en su empresa para vigilar y monitorizar todo lo que hacen sus subalternos a resultas de un mail choteándose de ella.
me lancé hacia ella, le di un palizón”
No Te Modernices, Niña. El Payo Juan Manuel
Diez años después de tocar en El Libro Negro dos posibilidades que arrastraban en todo debate un anatema quizá sólo equiparable a todo lo que concierne al terrorismo y la pedofilia, tras aquello que hizo de mostrar la plausibilidad de existencia de nazis buenos y judíos malos durante la II Guerra Mundial, vuelve Paul Verhoeven. Y lo hace más cafre, más desatado y más de vuelta de todo que nunca. Quizá cosas de saberse más con un pie –por edad- en el camposanto que sujeto a abucheos de mentes estrechas. El caso es que el genio inspirador de Chris Morris alcanza en Elle unas cotas de ambigüedad y relativismo moral que parecían difíciles de lograrse tras esa marca autofijada en la ya citada El Libro Negro. Elle es una comedia negrísima ante todo, y de altísimo nivel en lo que respecta a hacer reír; lo de la cena de navidad es antológico. De este palo a uno se le viene a la cabeza Very Bad Things, las obras del gran Paul Bartel y 4 Lions, si bien todas –salvo la última- palidecen comparadas con Elle. Y esto es porque Verhoeven es, de nuevo, una especie de máquina de esas que usan los bateadores para entrenar a solas, de las que les bombardean a pelotazos. Solo que él lo que lanza son dilemas, perspectivas y tabúes para que te replantees no pocas cosas.
Isabelle Huppert es una alta ejecutiva que se comporta con altivez en todas las facetas vitales que rigen a la clase media: familia y trabajo son campos de juego donde delimita las reglas e incluso impone a los demás. En lo tocante al libreuso de su sexualidad igual sucede. El ámbito familiar es ella siendo dueña de la vida de los demás y en el laboral otro tanto de lo mismo. Lo único que le tose es su nuera –igual de echada para adelante que ella con el añadido de la juventud y la carencia de su status economicosocial- y un notas de la empresa en la que trabaja. En ningún caso problema alguno ni la una ni el otro, excepciones a ese dominar todo ámbito de juego que pisa. Cuando Elle no lleva ni un minuto un enmascarado con pasamontañas Quechua irrumpe en el sacrosanto hogar de la Huppert –ese perímetro de status y seguridad que es la casa en toda burguesía- y le da una golpiza mientras la viola. El gato de Isabelle mira, y al espectador se le ofrece la imagen desde la mirada del felino. Mirada que comprende un encuadre dentro de otro: esa puerta que sólo deja ver parcialmente a Isabelle primero sola y luego con el violador ya nos dice que no sabemos todo, que tenemos muchos detalles que aún no se pueden conocer.
Isabelle no denuncia. Asume esa decisión porque su padre hizo en su día algo a ojos de la ley bastante peor que lo que supone la agresión que ha vivido. Se da a entender que es para que los medios no irrumpan de nuevo en su vida, pero tampoco se puede determinar sin fallo que sea por esa razón: Isabelle no está acostumbrada a ser la víctima, y una denuncia le hace asumir al instante ese rol. De hecho lo comenta con sus allegados del trabajo, todos altos cargos, todos de su status; un ámbito en esas posiciones donde cualquier indicio de debilidad es aprovechado en beneficio de quien mueva ficha, algo que tan bien narraría el Demonlover de Assayas, película con la que tiene ciertos paralelismos en lo laboral Elle, y no sólo por las animaciones 3D a lo Urotsukidoji. El caso, decía, es que lo comenta, así como su intención de no denunciar; algo que viene a ser enunciar a sus competidores que ni eso la va a doblegar, que le ha sucedido algo horrible que en vez de debilitarla le hará más fuerte. Y así es: asume el rol de cazadora. Se arma. Hace rondas nocturnas por su casa para rociar gas antiviolación ante cualquier sospechoso. Incurre en no pocos delitos en su empresa para vigilar y monitorizar todo lo que hacen sus subalternos a resultas de un mail choteándose de ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
”Toda mujer que se quede con quien la maltrata es cómplice de su situación”. Eso dijo Camille Paglia, y aquí Verhoeven va más lejos. Una vez se desvela la identidad del violador, que no es ni De Gea ni Woody Allen, la Huppert establece una relación masoquista con él. El primer encuentro deja con la duda si en la violencia usada el violador le ha roto el coño a Isabelle, pero si se echa la vista atrás ella está teniendo justo el orgasmo que les describía a los animadores de su empresa en pos de un hentai creíble. Tienen sus códigos y es un ámbito de experimentación hasta que sepan uno y otro quién puede mandar, quién lleva la voz cantante. Es una relación tan ambigua que al matar un tercero al violador no se sabe si todo el previo de la Huppert de amenazar con denunciar y esperar atemorizada es de verdad o parte de esa escenografía que sólo ellos dos entienden y conocen para el ejercicio de esa nueva relación que mantienen. Es algo que, además, desemboca en todos los personajes de film resolviendo sus conflictos de una forma u otra con quienes lo tenían. Isabelle visita a sus padres en el cementerio perdonándole a él que condicionase su vida y a ella que no le considerase un monstruo, la compañera de trabajo le perdona a ella su infidelidad con su marido porque considera más importante la amistad que las une y su hijo y su nuera son todo amabilidad con ella luego de haber tenido broncas monumentales. Verhoeven estudia también los vínculos. Si se puede perdonar una infidelidad que deriva en el hijo de otro. Si se puede seguir queriendo a alguien que una ocasión dada te puso la cara girando como el pivote de una olla express vieja. Si puedes vivir sabiendo que estuviste casada con un violador. Gracias al guión del experto en telefilmes David Birke, la película nunca abandona esa forma y temáticas –hace el barrido por todo el canon temático de Antena 3 cualquier sábado al mediodía- solo que planteando Verhoeven sus cosas. Si las apelaciones al absoluto son buenas, sobre todo. Porque lo que nos dice Verhoeven cuando la Huppert –sensacional esta mujer, como mezclar su papel en La Ceremonia con el de La Pianista- le habla a su gato es lo que explica la película ella le pregunta de forma retórica cómo es que sabiendo arañar no le hizo nada al violador cuando irrumpió en casa. Y esa mirada del gato del primer plano de Elle, la del espectador, plantea similares preguntas sobre Isabelle Huppert y, por extensión, del resto de personajes, microcosmos humano.
Y encima la mujer del violador hace un Jesús de Nazaret al final, la gran obsesión de Verhoeven. Nadie perderse el libro del holandés sobre Jesucristo, que es lo más.
Y encima la mujer del violador hace un Jesús de Nazaret al final, la gran obsesión de Verhoeven. Nadie perderse el libro del holandés sobre Jesucristo, que es lo más.