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Voto de Chris Jiménez:
10
7,8
6 304
Intriga. Bélico. Drama
El Coronel Franz Von Waldheim se encuentra destacado en París con una misión muy concreta: hacerse con las modernas pinturas francesas, las mismas calificadas de "degeneradas" por los nazis, y cargarlas en un tren con destino a Alemania para el Tercer Reich. Eso sí, ha de tener mucho cuidado de no dañar la carga y, además, tiene de tiempo límite lo que tarden los aliados en reconquistar la ciudad, es decir, poco margen ya que cada vez están más cerca. (FILMAFFINITY) [+]
23 de enero de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El arte y la vida humana se enfrentarán en una de las más colosales peripecias sucedidas en el transcurso de los últimos días del dominio alemán en la 2.ª Guerra Mundial.
Un tren y un puñado de cuadros, suficiente para arriesgar y sacrificar miles de vidas. Es el precio de la guerra.
Al contrario que la mayoría de trabajos que adornaron los últimos y malogrados años de su carrera, John Frankenheimer, maestro infravalorado, alcanzó la perfección estética y formal cuando dejó definitivamente la pequeña pantalla y entró, como muchos de sus coétaneos (esa generación televisiva que tanto logró en la gran industria...), a formar parte del mundo del cine a base de una serie de obras perfectas en estilo, técnica y sobre todo discurso social. Para 1.964, sus incursionaes y varias cooperaciones con Burt Lancaster le elevaron a realizador de primer nivel ("El Hombre de Alcatraz" o "El Mensajero del Miedo" son perfectos ejemplos).
Entonces el actor repite con United Artist para su contrato de cuatro películas y el proyecto es una gran aventura mitad real, mitad inventada en el trasfondo de la ocupación alemana de París, y que toma de base una novela no ficticia de Rose Antonia Valland, miembro de honor de la Resistencia Francesa e historiadora que recogió el inmenso espolio de obras de arte desde su país natal por parte de los alemanes durante el conflicto. Sin embargo Arthur Penn no se ganó el favor del poderoso Lancaster por sus pretensiones de crear una obra más intimista y cercana a los personajes...y con las mismas lo echaría a la calle.
La suerte se puso así del lado del nativo de Queens, quien a la desesperada fue a cubrir el puesto tras la cámara ya iniciado el rodaje; su habilidad para condensar el suspense y absorber al espectador lo pone de manifiesto (y no serían necesarias más secuencias para demostrarlo) en esos primeros minutos dentro del Jeu de Paume parisino durante el encuentro entre la conservadora Villard (un álter-ego no disimulado de Valland) y el coronel Waldheim, a quien embarga una obsesión: trasladar los cuadros de los artistas más famosos debido a su gran valor. Pero a lo largo del film se pondrán en contraste los dos valores atribuidos a este elemento en torno al cual girará la trama.
Esto es: el valor artístico y el monetario. Y del mismo modo el artístico y el de las vidas humanas que tanto Villard como Waldheim pretenden arriesgar por poseer dichas pinturas, aunque la conservadora del museo utilice el arte como símbolo y reflejo de la cultura del país. Importante dilema que el director mantendrá desplazando así las líneas argumentales de lo que podría haber sido una aventura bélica más (la guerra es un telón de fondo en este caso) hacia una intriga desoladora basada en la traición, el engaño y la tensión ambiental, que subraya ese blanco y negro metálico, grasiento y humeante modelado por el dúo Walter Wottitz/Jean Tournier, perfecto para la imaginería ferroviaria.
Paul Labiche, jefe de la estación de donde va a partir el tren que carga los cuadros, se verá atrapado en esta encrucijada, a sus ojos un capricho por mucho que la sra. Villard defienda su importancia. Puro ejercicio de artesanía el cual aprovecha al máximo los elementos atmosféricos y físicos (todo lo sucedido, todo lo que vemos, es auténtico, deseo de Frankenheimer de exponer su fábula del modo más realista posible), "El Tren" está dividida en tres actos bien definidos y narrados con una precisión milimétrica: la desasosegante primera hora (que ante todo transcurre en la estación de tren), la última media hora (centrada por entero en la huida y sabotaje de Labiche, ya solo ante el peligro) y un tramo intermedio que comienza con la partida del tren.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
En este sentido, Paul Scofield brinda una magnífica interpretación como el desquiciado y repulsivo coronel, al igual que Michel Simon, Jacques Marin, Albert Rémy y Charles Millot. Y junto al gran Lancaster, quien se mete en su abnegado y duro personaje a conciencia (gran parte de sus escenas de acción las haría él mismo), gozamos de la presencia de esa Jeanne Moreau que ya rozaba la cuarentena y aún seguía conservando su irresistible belleza.
Un reparto de lujo para un cineasta que, muy inspirado en Welles, Ford y Hitchcock, volvió a demostrar sus habilidades para el entretenimiento y la acción así como para el drama y la profunda reflexión moral. Reconocida por crítica y público, "El Tren" ha quedado para la posteridad como una de las más emblemáticas obras del género y la época, el último gran film de acción rodado en blanco y negro según Frankenheimer.
Imposible discutírselo.
Un tren y un puñado de cuadros, suficiente para arriesgar y sacrificar miles de vidas. Es el precio de la guerra.
Al contrario que la mayoría de trabajos que adornaron los últimos y malogrados años de su carrera, John Frankenheimer, maestro infravalorado, alcanzó la perfección estética y formal cuando dejó definitivamente la pequeña pantalla y entró, como muchos de sus coétaneos (esa generación televisiva que tanto logró en la gran industria...), a formar parte del mundo del cine a base de una serie de obras perfectas en estilo, técnica y sobre todo discurso social. Para 1.964, sus incursionaes y varias cooperaciones con Burt Lancaster le elevaron a realizador de primer nivel ("El Hombre de Alcatraz" o "El Mensajero del Miedo" son perfectos ejemplos).
Entonces el actor repite con United Artist para su contrato de cuatro películas y el proyecto es una gran aventura mitad real, mitad inventada en el trasfondo de la ocupación alemana de París, y que toma de base una novela no ficticia de Rose Antonia Valland, miembro de honor de la Resistencia Francesa e historiadora que recogió el inmenso espolio de obras de arte desde su país natal por parte de los alemanes durante el conflicto. Sin embargo Arthur Penn no se ganó el favor del poderoso Lancaster por sus pretensiones de crear una obra más intimista y cercana a los personajes...y con las mismas lo echaría a la calle.
La suerte se puso así del lado del nativo de Queens, quien a la desesperada fue a cubrir el puesto tras la cámara ya iniciado el rodaje; su habilidad para condensar el suspense y absorber al espectador lo pone de manifiesto (y no serían necesarias más secuencias para demostrarlo) en esos primeros minutos dentro del Jeu de Paume parisino durante el encuentro entre la conservadora Villard (un álter-ego no disimulado de Valland) y el coronel Waldheim, a quien embarga una obsesión: trasladar los cuadros de los artistas más famosos debido a su gran valor. Pero a lo largo del film se pondrán en contraste los dos valores atribuidos a este elemento en torno al cual girará la trama.
Esto es: el valor artístico y el monetario. Y del mismo modo el artístico y el de las vidas humanas que tanto Villard como Waldheim pretenden arriesgar por poseer dichas pinturas, aunque la conservadora del museo utilice el arte como símbolo y reflejo de la cultura del país. Importante dilema que el director mantendrá desplazando así las líneas argumentales de lo que podría haber sido una aventura bélica más (la guerra es un telón de fondo en este caso) hacia una intriga desoladora basada en la traición, el engaño y la tensión ambiental, que subraya ese blanco y negro metálico, grasiento y humeante modelado por el dúo Walter Wottitz/Jean Tournier, perfecto para la imaginería ferroviaria.
Paul Labiche, jefe de la estación de donde va a partir el tren que carga los cuadros, se verá atrapado en esta encrucijada, a sus ojos un capricho por mucho que la sra. Villard defienda su importancia. Puro ejercicio de artesanía el cual aprovecha al máximo los elementos atmosféricos y físicos (todo lo sucedido, todo lo que vemos, es auténtico, deseo de Frankenheimer de exponer su fábula del modo más realista posible), "El Tren" está dividida en tres actos bien definidos y narrados con una precisión milimétrica: la desasosegante primera hora (que ante todo transcurre en la estación de tren), la última media hora (centrada por entero en la huida y sabotaje de Labiche, ya solo ante el peligro) y un tramo intermedio que comienza con la partida del tren.
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
En este sentido, Paul Scofield brinda una magnífica interpretación como el desquiciado y repulsivo coronel, al igual que Michel Simon, Jacques Marin, Albert Rémy y Charles Millot. Y junto al gran Lancaster, quien se mete en su abnegado y duro personaje a conciencia (gran parte de sus escenas de acción las haría él mismo), gozamos de la presencia de esa Jeanne Moreau que ya rozaba la cuarentena y aún seguía conservando su irresistible belleza.
Un reparto de lujo para un cineasta que, muy inspirado en Welles, Ford y Hitchcock, volvió a demostrar sus habilidades para el entretenimiento y la acción así como para el drama y la profunda reflexión moral. Reconocida por crítica y público, "El Tren" ha quedado para la posteridad como una de las más emblemáticas obras del género y la época, el último gran film de acción rodado en blanco y negro según Frankenheimer.
Imposible discutírselo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Este nudo constituye el grueso de la gran aventura trazada por el cineasta hacia lo que es un verdadero frenesí que nunca nos brinda ni un minuto de calma, calculado en su desarrollo y provisto de enormes secuencias de acción como el bombardeo a la estación o el ataque de la avioneta al tren en marcha (pues Lancaster ansiaba ante todo protagonizar una película entretenida) sin llegar a caer en la desmesura; por algo Frankenheimer siempre ha sido uno de esos pocos maestros de lo conocido como cine inteligente de evasión (y no muchos directores, sobre todo actuales, pueden ostentar este honor).
Pero pese al torrente irrefrenable de emoción, algunos desvelos de afilado humor y esa última parte que es todo un intenso ejercicio de sobrecogedor suspense (además de quedar inscrito en el mejor cine de ampulosas aventuras ubicadas en el marco de la 2.ª Guerra Mundial, recogiendo el testigo de "La Gran Evasión" de Sturges, y que después haría, por ejemplo, Brian G. Hutton en su "Desafío de las Águilas"), "El Tren" es un relato cuajado de amargura sobre qué significa la victoria y la derrota, y si merece la pena sacrificar algo tan valioso como la vida por un patrimonio cultural usado como excusa para dignificar el orgullo nacional.
También es el retrato de una malsana obsesión, la de Waldheim, que curiosamente valora las pinturas por encima de todo, incluso de la derrota de sus propias tropas (como si quizás esa gran pasión por la belleza divina del arte disculpase el horror cometido por él durante el conflicto; al fin y al cabo, otra excusa).
Obsesión transmitida, vomitada, en un momento clave que provoca el escalofrío donde la cámara y la realidad interior del personaje se desestabilizan rayando en lo psicótico.
Pero pese al torrente irrefrenable de emoción, algunos desvelos de afilado humor y esa última parte que es todo un intenso ejercicio de sobrecogedor suspense (además de quedar inscrito en el mejor cine de ampulosas aventuras ubicadas en el marco de la 2.ª Guerra Mundial, recogiendo el testigo de "La Gran Evasión" de Sturges, y que después haría, por ejemplo, Brian G. Hutton en su "Desafío de las Águilas"), "El Tren" es un relato cuajado de amargura sobre qué significa la victoria y la derrota, y si merece la pena sacrificar algo tan valioso como la vida por un patrimonio cultural usado como excusa para dignificar el orgullo nacional.
También es el retrato de una malsana obsesión, la de Waldheim, que curiosamente valora las pinturas por encima de todo, incluso de la derrota de sus propias tropas (como si quizás esa gran pasión por la belleza divina del arte disculpase el horror cometido por él durante el conflicto; al fin y al cabo, otra excusa).
Obsesión transmitida, vomitada, en un momento clave que provoca el escalofrío donde la cámara y la realidad interior del personaje se desestabilizan rayando en lo psicótico.