Drama francés que encuentra en la música su instrumento de tortura, componiendo una película en la que el horror parte del comportamiento humano, sus obsesiones y frustraciones.

Aunque creamos que en el siglo XXI somos libres y que el autoritarismo es cosa de tiempos pasados, a veces este óscuro tunel se encuentra en casa, en nuestra propia familia. La sobriedad y seriedad de la cinta, se corresponden perfectamente con el modo de vida de estos ninhos, y si el ritmo de la historia en algún momento peca de aburrido, podemos concedérselo, pues el objetivo es mostrar la monótona vida de estos personajes, que parecen tenerlo todo y nada a la vez. Afortunadamente, el ser humano no es una caja fuerte y tiene sus fugas y por mucho que la figura paterna nos quiera moldear a su gusto y aislar del exterior, los sentimientos y curiosidades del ser humano, no se apagan con cuatro gritos.


Rodada bajo el frío y la belleza de Estrasburgo, “Mes enfants ne sont pas comme les autres" es una experiencia que merece la pena, aunque a veces sea dura de soportar. Me pregunto si el sonido de los violines son los gritos desesperados que no se le permiten dar a la protagonista. Eso sí, este terror humano, da más miedo que cualquier plaga de monstruitos o zombies ensangrentados.

Lo mejor: Su coherencia entre fondo y forma.
Lo peor: La frialdad de la cinta puede también enfriar al espectador.