Una frase en los primeros compases de lo nuevo de Martin McDonagh le puso a este crítico sobre aviso. Allí, el personaje interpretado por Woody Harrelson dice algo así como que ‘aquí todo el mundo puede ser culpable’. Para el jefe de policía las ambigüedades no existen. No puede haber cómplices (en grados diversos). O culpable o inocente, aunque su actitud pruebe lo contrario. Pues bien, a Tres anuncios en las afueras le pasa exactamente lo mismo. Por más que sus protagonistas estén abiertos al humanismo, el film se empeña en seguir una hoja de ruta que elimina la condición infinita del ser humano para abrazar en su lugar el discurso infantil de moda.
¿Y cuál es? Pues el de la retórica del feminismo y el anti-racismo norteamericanos. También la lucha contra la violencia policial en los EE. UU. (completamente inverosímil en su burda representación), el retrato de la pútrida moral conservadora del país o la situación de la mujer en la sociedad occidental. ¿Casualidad que haya barrido en los Globos de Oro, cima de la hipocresía progresista hollywoodiense?
spoiler:
Imposible que un film así pueda poner nuestras certezas en crisis. Todo en el metraje juega la baza prevista, moteada por un humor que casi nunca cuela, pues tampoco es natural, está ahí para tratar de rebajar el clamoroso y vulgar tono ideológico de la propuesta. McDonagh quiere engañar. Cimienta su trabajo con maniquea escuadra y cartabón para distribuir sus ideas ordenadamente. Tanto que el resultado chirría en su construcción. Es tan obvio que ha ido buscándole hueco a cada tema que en ocasiones da la sensación de que la película vaya por un lado y el discurso por otro. O que en la redacción del texto el escritor haya vuelto atrás para ver cómo encajar un diálogo o una situación que de pie a la lectura de turno.
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