Los grandes pueblos turco, vikingo y chino se dan cita en éste atroz exponente del infracine y del mal gusto en el que su enfermizo guión nos cuenta las aventuras de un guerrero capaz de dar saltos de 4 metros de altura durante el final de la película.

El guión sería aceptable e incluso podría ser interesante si no fuera por esos pequeños detalles que, minuto a minuto, van provocando un malsano estado mental en el espectador y que, por precaución hacia el lector, prefiero no comentar en ésta crítica. Ésa es información que sólo será desvelada a los suicidas que se atrevan a ver "ésto". También es de señalar la abundancia se desnudos injustificados y la escena en la que a una vikinga le escayolan un brazo. Qué poco ha avanzado la medicina en 1500 años.
A destacar dos escenas: la primera aparición del calamar gigante (con descuartizamiento incluído) y la batalla que el protagonista se libra con una espada de cartón en un barco de colores.

Con respecto a las interpretaciones se puede decir que la mejor es la del perro. Está asombroso. Sobre todo cuando se oyen ladridos mientras él tiene la boca cerrada. Sí, definitivamente, la mejor actuación es la del perro-ventrílocuo.

El final es ya de otro mundo. Literalmente, parece no ser ideado por un ser humano. Ni siquiera por un primate. Saltos disparatados, flechazos que no se sabe de dónde han salido, violencia absurda y hasta un combate entre un calamar gigante y un perro. Ver para creer y analizar.

Uno de ésos ejemplos por los que adoro el cine turco.