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Voto de Cinemagavia:
5
Drama Una psicótica matriarca petrolífera pone en peligro a toda la industria cuando intenta derrotar a un granjero que la denuncia porque asegura que su agua ha sido envenenada. (FILMAFFINITY)
20 de febrero de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
*Drama ecológico

El diablo tiene un nombre (The Devil Has a Name), tiene un componente obvio de cine denuncia en su vertiente medioambiental. Si bien este caso en concreto es ficción, se basa en hechos acontecidos en el estado de California. El protagonista es el veterano granjero Fred Stern (David Strathairn), cuya obstinación en hacer frente a la petrolera Shore Oil and Gas propicia el argumento de la película. La empresa en cuestión es acusada por Fred de envenenar las aguas de su granja.

Así mencionado el argumento, es difícil no pensar en títulos como Erin Brockovich (2000), o la más reciente Dark waters (2019). Por la mezcla de peligro contra la salud pública, y la sensación quijotesca de enfrentarse a un enemigo de una envergadura poderosa. También es una película sobre la amistad. El mayor apoyo moral de Fred, será Santiago Compostella (Edward James Olmos), un inmigrante mexicano que lleva treinta años ayudando en la gestión de la granja.

Fred y Santiago tiene una amistad ruda pero leal, no dudan en decirse verdades duras a la cara, pero en última instancia prácticamente solo se tienen el uno al otro. Sus oponentes serán los delegados de Shore Oil and Gas. Incluyendo a su representante local, Gigi Cutler (Kate Bosworth), el liante y algo patético Alex Gardner (Haley Joel Osment) y un matón llamado exprofeso para el litigio, Ezekiel (Pablo Schreiber). En realidad, este heterogéneo grupo de antagonistas acaba siendo una mezcla de lo más desconcertante.

*Diversos frentes

El diablo tiene un nombre (The Devil Has a Name), muestra esta desigual batalla entre el granjero y la gran corporación en distintos frentes. Por un lado está la vertiente legal, que da lugar a varios episodios de cine judicial. Aquí entra en acción el abogado Ralph Aegis (Martin Sheen), un veterano litigante que tiene experiencia enfrentándose a grandes empresas. Esta faceta no está especialmente lograda, o lo está solamente para cubrir el expediente. Los diálogos no tiene la robustez de los toma y daca clásicos de estas circunstancias en los tribunales. El propio Sheen está desaprovechado. Los momentos más intensos, al final, acaban siendo incluso algo estrambóticos, cuando no descafeinados.

Y este es uno de los problemas de El diablo tiene un nombre (The Devil Has a Name), la sensación de ser una película hipotensa, demasiado ligera como para indignarse o empatizar. Podría ser el caso de una película cerebral, pero la exposición de datos tampoco es particularmente clarificadora o reveladora. Habremos de apegarnos a la idea general de un pequeño hombre lleno de orgullo, contra una malvada corporación capitalista con un bagaje ético inexistente.

El diablo tiene un nombre (The Devil Has a Name), podría ser más intensa en otra de sus facetas. La de la coacción. Shore Oil and Gas Company requerirá de los servicios expeditivos, rudos y violentos de Ezekiel. Que además de tener que convencer a Fred por las buenas o por la malas, resulta ser un trepa de mucho cuidado, capaz de zancadillear a sus teóricos aliados para ascender. No obstante, esta faceta acaba siendo también inocua en virtud a una narración demasiado ligera y unos personajes no muy bien dibujados.

*Seriedad y extravagancia

Uno de los problemas de El diablo tiene un nombre (The Devil Has a Name), es que los personajes combinan perfiles interesantes con otros demasiados extravagantes. El personaje de Haley Joel Osment es verdaderamente risible. Excesivo, pazguato y rastrero. Pero es que junto a él, los otros “malos” de la película tampoco es que sean muy sólidos. Pablo Schreiber se ocupar de interpretar a un matón con todos los tics posibles, incluso amplificados. O sea, un tío duro, malote, y maquiavélico, que destila testosterona por litros. Por su parte Kate Bosworth da vida a un personaje inconstante, que parece que va a ser el principal obstáculo del granjero, pero que se va diluyendo de cuando en cuando. También usa unas formas agresivas, que por lo menos quedan mejor.

La función la salvan los veteranos, que además aportan dignidad. David Strathairn no cae demasiado simpático, aunque sí sentimos empatía por él y por sus aspiraciones. Es el hombre sencillo que se aferra a su tierra, y a los escasos sueños sin dar un paso atrás. Junto a Edward James Olmos logran una compenetración interesante, formando una pareja de amigos testarudos, no siempre perfectamente avenidos, pero fieles. De algún modo conectamos conectamos con ellos.

Martin Sheen está desaprovechado en virtud del papel que podría haber jugado, pero de todos modos aporta consistencia y oficio como viejo abogado que sabe guardarse todavía un par de ases en la manga. El problema para la solidez de la película es que junto a estos dignos personajes, conviven el extraño grupo de antagonistas, que no se sabe bien si son introducidos como elementos de parodia, o son simplemente un componente que no encaja.

*Guion y factura de ‘El diablo tiene un nombre’

El guion está formado por retales de eventos interesantes por separado, pero ineficaces en su conjunto. A veces no sabemos exactamente qué película estamos viendo, y lo que es peor, en un momento dado damos por imposible el saberlo. A ello hay que sumar la cantidad de datos lanzados a la ligera, y por los que se pasa demasiado por encima. No son pocos los momentos en los que nos encontramos confusos ante el cariz de la historia. Como punto positivo sí que se filtra una idea interesante con sustrato real, la política poco escrupulosa de grandes empresas que ponen en peligro el medioambiente y la salud pública. Al menos, el gesto de meter el dedo en llaga lo entendemos.

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Escrito por Mariano González
Cinemagavia
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