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Voto de davilochi:
9
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Documental
Documental producido para la fundación We Are Water, sobre el desastre ecológico del Mar de Aral, en Asia Central. Aral era, hace apenas 50 años, el cuarto lago más grande del mundo, con 66.000 kilómetros cuadrados. Hoy es un inmenso desierto con esqueletos de barcos varados en sus arenas. (FILMAFFINITY)
27 de marzo de 2011
19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de haber tenido la oportunidad de ver el fantástico documental realizado por Isabel Coixet hay dos cosas que me desconciertan: la calificación media obtenida por éste en FilmAffinity y el hecho de que fuera emitido en la 2 de RTVE en la medianoche de un jueves cualquiera. En esto último no voy a entrar porque creo que no tiene remedio, simplemente agradecer a quien tuvo la bondad de emitirlo, aunque fuera en un horario de pena (no sé si llegaría al 1% del share en ese momento). Sin embargo quiero entrar al trapo con el tema de la calificación media.
Para nada me considero una persona estrecha de miras incapaz de soportar puntos de vista discordantes con el mío, pero es que resulta que lo que siento al ver el documental de Isabel Coixet y lo que refleja que han sentido todos aquellos que lo han visto (dada su nota media) entra en conflicto. Desde mi punto de vista, lo que suscita esta cinta tan necesaria son sentimientos universales: empatía, nostalgia por lo perdido, rabia, impotencia, dolor, vacío y un largo etcétera. Quizás, considerar que lo que a mí me suscita este documental haya de ser universal “per se” sea producto del más agudo e incurable egocentrismo. No lo sé.
El mar de Aral fue en su momento la cuarta reserva de agua dulce del planeta en mitad del inmerso desierto de Asia Central: éste ha sido alimentado desde hace más de diez mil años por los ríos Amu Daria y Sir Daria. El mar hizo posible que en medio de un paisaje inhóspito surgiera la vida, así éste se convirtió en fuente de recursos pesqueros y en parte decisiva del horizonte mental y experiencial de los habitantes de la región. Creo que todo esto es magistralmente destacado por la obra de Coixet quien, desde mi punto de vista, raya a un nivel altísimo a la hora de mostrarnos la tragedia que tuvo lugar allí. Y es que a esta directora siempre le tiran las historias más crudas, pero estas siempre son mostradas al espectador con elevadas dosis de lirismo y poética; valgan como ejemplo la banda sonora de este documental o las imágenes en sepia en referencia al pasado, las cuales nos traen a la memoria “El espejo” de Tarkovski, un director muy conectado con la dimensión espiritual del hombre. Precisamente eso es lo que pretende Coixet: conectar con el vacío que el mar ha dejado en el universo mental de los que antaño se bañaban en éste, descubrieron el primer amor junto a él o empezaban el día desperezándose frente a esa hermosa masa de agua dulce que surgía imperturbable en mitad del desierto como si de un milagro se tratara. Hombres y mujeres que conectan sus recorridos vitales con la presencia omnipresente del mar como un protagonista vital que articulaba y daba sentido a sus vidas se vieron obligados a ver cómo día a día se iba marchando hasta perderse todo rastro de éste en el horizonte. Desde el momento en que el mar desapareció todos ellos quedaron condenados al destierro de su memoria, de lo que un día fue.
Para nada me considero una persona estrecha de miras incapaz de soportar puntos de vista discordantes con el mío, pero es que resulta que lo que siento al ver el documental de Isabel Coixet y lo que refleja que han sentido todos aquellos que lo han visto (dada su nota media) entra en conflicto. Desde mi punto de vista, lo que suscita esta cinta tan necesaria son sentimientos universales: empatía, nostalgia por lo perdido, rabia, impotencia, dolor, vacío y un largo etcétera. Quizás, considerar que lo que a mí me suscita este documental haya de ser universal “per se” sea producto del más agudo e incurable egocentrismo. No lo sé.
El mar de Aral fue en su momento la cuarta reserva de agua dulce del planeta en mitad del inmerso desierto de Asia Central: éste ha sido alimentado desde hace más de diez mil años por los ríos Amu Daria y Sir Daria. El mar hizo posible que en medio de un paisaje inhóspito surgiera la vida, así éste se convirtió en fuente de recursos pesqueros y en parte decisiva del horizonte mental y experiencial de los habitantes de la región. Creo que todo esto es magistralmente destacado por la obra de Coixet quien, desde mi punto de vista, raya a un nivel altísimo a la hora de mostrarnos la tragedia que tuvo lugar allí. Y es que a esta directora siempre le tiran las historias más crudas, pero estas siempre son mostradas al espectador con elevadas dosis de lirismo y poética; valgan como ejemplo la banda sonora de este documental o las imágenes en sepia en referencia al pasado, las cuales nos traen a la memoria “El espejo” de Tarkovski, un director muy conectado con la dimensión espiritual del hombre. Precisamente eso es lo que pretende Coixet: conectar con el vacío que el mar ha dejado en el universo mental de los que antaño se bañaban en éste, descubrieron el primer amor junto a él o empezaban el día desperezándose frente a esa hermosa masa de agua dulce que surgía imperturbable en mitad del desierto como si de un milagro se tratara. Hombres y mujeres que conectan sus recorridos vitales con la presencia omnipresente del mar como un protagonista vital que articulaba y daba sentido a sus vidas se vieron obligados a ver cómo día a día se iba marchando hasta perderse todo rastro de éste en el horizonte. Desde el momento en que el mar desapareció todos ellos quedaron condenados al destierro de su memoria, de lo que un día fue.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Más de diez mil años de imperturbable orden natural vinieron a ser rotos por la acción perniciosa del hombre. Por supuesto hay un camino por el que se llegó aquí y, es el camino iniciado en el siglo de las Luces y consolidado durante el siglo XIX, justo entonces, por medio del positivismo, se estableció entre las élites la fe en las posibilidades ilimitadas de la razón para conseguir el progreso general de la humanidad a través de la acción benéfica de la ciencia y la técnica. Este discurso mostró todo su potencial destructivo durante el siglo XX, al ser reclamado por ideologías milenaristas que pretendían la liberación universal del hombre – en el caso del comunismo – o de un determinado tipo de hombre o comunidad nacional – en este caso el nacionalsocialismo, el fascismo y todo el batiburrillo de dictaduras de derechas que jalonan la centuria. Ambas se pretendieron totalitarias, si bien se proclamaron muy distintas en sus fines, pero ambas acabaron deformando y distorsionando la idea original, porque como dijo un ilustre paisano "los sueños de la razón generan monstruos".
Producto de esa fe ilimitada en al ciencia y la técnica, en la razón, al fin y al cabo, el hombre se sueña Dios a sí mismo y sobreviene la tragedia: durante treinta años el Kremlin elaboró gloriosos planes para desviar el curso de los dos grandes ríos que alimentaban el mar de Aral y crear una gran zona de cultivo del arroz y el algodón que pudiera alimentar a la industria textil y a los obreros que trabajaban en éstas. La ecuación parecía sencilla, el mar sería sacrificado – como muestra Coixet – en nombre de la revolución, en nombre del progreso, pero el resultado fue un completo desastre: la mayor parte del agua de los ríos se perdió a causa de los riegos intensivos y las canalizaciones de mala calidad, las actividades relacionadas con el sector pesquero se hicieron imposibles a causa de la rápida desaparición del mar (en la actualidad ha perdido un 60% del agua que albergaba hace apenas cincuenta años) y al incremento de la salinidad.
Hoy los únicos testigos de aquel hermoso milagro de la naturaleza que era el mar de Aral son los ancianos que se encargan de preservar el recuerdo y transmitirlo a las generaciones más jóvenes y, de igual forma, los viejos barcos desvencijados y oxidados que pueblan como en un paisaje post-apocalíptico el desierto que la desaparición de las aguas ha dejado a su paso. Las élites de las viejas repúblicas soviéticas de Kazajistán y Uzbekistán se escudan en los efectos del cambio climático al que ellos contribuyeron y contribuyen gustosos; mientras tanto se muestran incapaces de revertir una situación dramática. Simplemente nos queda recordar que muchos de ellos proceden directamente de la vieja nomenklatura soviética que apoyaron y se lucraron a costa de los planes económicos que conllevaron la destrucción del mar de Aral y todo lo que giraba en torno a éste.
Producto de esa fe ilimitada en al ciencia y la técnica, en la razón, al fin y al cabo, el hombre se sueña Dios a sí mismo y sobreviene la tragedia: durante treinta años el Kremlin elaboró gloriosos planes para desviar el curso de los dos grandes ríos que alimentaban el mar de Aral y crear una gran zona de cultivo del arroz y el algodón que pudiera alimentar a la industria textil y a los obreros que trabajaban en éstas. La ecuación parecía sencilla, el mar sería sacrificado – como muestra Coixet – en nombre de la revolución, en nombre del progreso, pero el resultado fue un completo desastre: la mayor parte del agua de los ríos se perdió a causa de los riegos intensivos y las canalizaciones de mala calidad, las actividades relacionadas con el sector pesquero se hicieron imposibles a causa de la rápida desaparición del mar (en la actualidad ha perdido un 60% del agua que albergaba hace apenas cincuenta años) y al incremento de la salinidad.
Hoy los únicos testigos de aquel hermoso milagro de la naturaleza que era el mar de Aral son los ancianos que se encargan de preservar el recuerdo y transmitirlo a las generaciones más jóvenes y, de igual forma, los viejos barcos desvencijados y oxidados que pueblan como en un paisaje post-apocalíptico el desierto que la desaparición de las aguas ha dejado a su paso. Las élites de las viejas repúblicas soviéticas de Kazajistán y Uzbekistán se escudan en los efectos del cambio climático al que ellos contribuyeron y contribuyen gustosos; mientras tanto se muestran incapaces de revertir una situación dramática. Simplemente nos queda recordar que muchos de ellos proceden directamente de la vieja nomenklatura soviética que apoyaron y se lucraron a costa de los planes económicos que conllevaron la destrucción del mar de Aral y todo lo que giraba en torno a éste.