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Voto de el pastor de la polvorosa:
6
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1.984
Drama
Se termina el verano en un pueblo en Umbria, Italia. Gelsomina vive con sus padres y sus tres hermanas pequeñas en una granja destartalada, donde producen miel. Las chicas crecen al margen de la sociedad, pues su padre, que cree que se acerca el fin del mundo, prefiere que estén en contacto con la naturaleza. Sin embargo, las estrictas reglas que mantienen unida la familia se relajan con la llegada de Martin, un joven delincuente alemán ... [+]
5 de mayo de 2015
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
El país de las maravillas nos hace convivir durante un par de horas con una familia neorrural, dominada por la figura del padre: un hombre de origen alemán, hosco e inestable, que piensa que una vida autosuficiente en el campo representa la única alternativa de supervivencia ante la inminente quiebra del sistema.
El título, claro, es irónico: la visión de la vida rural que ofrece esta película no tiene nada de idílico. Muestra cómo esa vida está hecha de trabajo y obligaciones permanentes, que afectan específicamente a la hija mayor, Gelsomina, a la que su padre (una especie de Zampanò cuya violencia es psicológica) esclaviza a cambio de mantener su posición de hija predilecta. Junto a ello, llama la atención cómo la representación de la campiña toscana se aleja por completo de la postal turística. La misma forma de la película, con una composición tosca llena de reencuadres, secuencias rodadas cámara en mano, etc. rehúye toda idea de belleza formal.
El empeño de la directora no es la belleza, sino alcanzar una cierta verdad psicológica; para ello, la planificación está concebida en función del trabajo de los intérpretes, que no parecen actuar, sino ser ante la cámara. La mirada de Alice Rohrwacher se centra en Gelsomina, y a través de su punto de vista descubrimos algunos fragmentos de su mundo. La narración no es ingenua, aunque tampoco incluye ningún juicio directo; la directora podría suscribir, en definitiva, el planteamiento del escritor portugués Camilo Castelo Branco de pintar la verdad tal cual es, “fea y repugnante”.
El país de las maravillas es una película dura de ver, triste como su protagonista, hecha de tiempos muertos, de escenas en que no sucede nada relevante pero que muestran de forma convincente el ansia de reconocimiento que va unida al sentimiento de responsabilidad, la complicidad, el cansancio, el deseo y el miedo.
El título, claro, es irónico: la visión de la vida rural que ofrece esta película no tiene nada de idílico. Muestra cómo esa vida está hecha de trabajo y obligaciones permanentes, que afectan específicamente a la hija mayor, Gelsomina, a la que su padre (una especie de Zampanò cuya violencia es psicológica) esclaviza a cambio de mantener su posición de hija predilecta. Junto a ello, llama la atención cómo la representación de la campiña toscana se aleja por completo de la postal turística. La misma forma de la película, con una composición tosca llena de reencuadres, secuencias rodadas cámara en mano, etc. rehúye toda idea de belleza formal.
El empeño de la directora no es la belleza, sino alcanzar una cierta verdad psicológica; para ello, la planificación está concebida en función del trabajo de los intérpretes, que no parecen actuar, sino ser ante la cámara. La mirada de Alice Rohrwacher se centra en Gelsomina, y a través de su punto de vista descubrimos algunos fragmentos de su mundo. La narración no es ingenua, aunque tampoco incluye ningún juicio directo; la directora podría suscribir, en definitiva, el planteamiento del escritor portugués Camilo Castelo Branco de pintar la verdad tal cual es, “fea y repugnante”.
El país de las maravillas es una película dura de ver, triste como su protagonista, hecha de tiempos muertos, de escenas en que no sucede nada relevante pero que muestran de forma convincente el ansia de reconocimiento que va unida al sentimiento de responsabilidad, la complicidad, el cansancio, el deseo y el miedo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La ironía del título tiene otro nivel, en la medida en que alude también al país que refleja la televisión italiana: bajo la forma concreta de un concurso de productores agrícolas, la televisión introduce una realidad fantástica en el duro día a día de las adolescentes. La suma de delirios (la representación de los campesinos toscanos como etruscos de circo) conduce paradójicamente a la verdad, y el padre se reviste con su auténtica personalidad de hombre de las cavernas.
Debido a sus problemas económicos, la familia se ve obligada a acoger a un adolescente en el marco de un programa de reinserción: un chico esquivo y silencioso, que podemos intuir que ha sido víctima de abusos sexuales (la responsable del programa les encarece a que no lo toquen nunca). Él representa, junto a los misteriosos seres de la televisión, la otra irrupción del exterior en el universo cerrado de la familia protagonista.
Lo maravilloso es todo aquello que viene de fuera, por el solo hecho de que permite huir, aunque sea de forma fugaz y engañosa, de las redes del padre, de la prisión metafórica del traje de apicultor.
Debido a sus problemas económicos, la familia se ve obligada a acoger a un adolescente en el marco de un programa de reinserción: un chico esquivo y silencioso, que podemos intuir que ha sido víctima de abusos sexuales (la responsable del programa les encarece a que no lo toquen nunca). Él representa, junto a los misteriosos seres de la televisión, la otra irrupción del exterior en el universo cerrado de la familia protagonista.
Lo maravilloso es todo aquello que viene de fuera, por el solo hecho de que permite huir, aunque sea de forma fugaz y engañosa, de las redes del padre, de la prisión metafórica del traje de apicultor.