Movistar ha vuelto a regalarnos una ficción nacional más que decente, un producto cuidado con esmero preciosista que mima cada detalle y cada momento con unos planos y una fotografía soberbios pero sin caer en el aburrimiento o la pesadez de sus capítulos gracias a un guión repleto de giros argumentales, rico en matices y plagado de tensión.
Uno de los mayores aciertos de la trama deriva de su credibilidad y en la capacidad que tiene la serie para hacer que el espectador se ponga en la piel de sus personajes. Pese a lo enrevesado de la trama, llega a resultar lógica esta historia de romance trágico a tres bandas de Óscar o cómo un acomodado hombre de negocios de la capital con una vida perfecta puede llegar a arriesgarlo todo por una doble vida a cambio de un amor incondicional no sólo hacia otra persona sino hacia otro estilo de vida. Una vida que nada tiene que ver con el ruido de la gran ciudad, los grandes rascacielos, atascos o las fluctuaciones de la bolsa. El paisaje mostrado en El Embarcadero invita a coger las maletas, liarse una manta a la cabeza e irse sin dudarlo un segundo a vivir esa segunda vida de Óscar, en la apacible tranquilidad de una casa en la nada, rodeado de naturaleza y mar, viviendo una vida sencilla, con lo justo y necesario para ser feliz. No obstante, el personaje tampoco desea renunciar a su perfecta e idílica vida con su mujer. El equilibrio es lo que da la razón de existir a pesar de la red de mentiras tejida hacia su esposa.
Por si esta trama, a la que se suma la investigación acerca del suicidio o asesinato de Óscar, no fuera suficiente para atrapar al espectador en su sofá, a los personajes principales se le suman otros secundarios muy interesantes y que aportan desde sus historias para completar y enriquecer el argumento primordial.
Algunas interpretaciones me parecen no estar a la altura y eso resta la carga dramática que deberían algunas escenas. Verónica Sánchez no está a la altura bajo mi punto de vista para un personaje tan complicado, a medias entre el luto, la intriga y asumiendo, a su vez, un papel, una doble vida como hizo su difunto marido, el personaje de Alejandra le supera. Tanto Álvaro Montes como Irene Arcos son las notas positivas interpretativas. Todas las escenas entre ellos dos tienen una chispa, un toque especial sin llegar al edulcorante que las convierten en un gran aliciente.
Otras tramas secundarias, sin embargo, me parece que quieren rizar el rizo por enrevesadas. Si ya de por sí la trama principal es bastante potente y chocante, parece innecesario incluir otras tramas a través de personajes secundarios como los de Katia, Ada o Conrado que suman más escándalos, infidelidades y romances tormentosos.
Tampoco encuentro demasiado sentido al papel de Cecilia Roth, aparte de añadir una cara conocida más al elenco, con su forzado acento castizo y su escaso parecido a su hija en la ficción.
Pese a sus altos y bajos, el trascurso de la temporada fluye, con su mezcla entre ambos mundos y su retrato costumbrista tanto de la gran ciudad del mundo de los negocios, como de la apacible vida contemplativa y bucólica de La Albufera. Los planos del lugar son exquisitos: frecuentes tomas aéreas, largos paisajes, carreteras infinitas, personajes bohemios, coches vintage, playas desérticas... Quizá tan idílico que parece un anuncio de Estrella. Ubicar la trama en un ambiente y lugar tan diferente aporta un toque personal sin duda. Probablemente es el gran aliciente sobre el que gira una arriesgada historia estrechamente entrelazada al lugar donde se desarrolla, que se degusta en cada episodio como el capítulo de una novela atrapado por el vínculo entre tres personas con periodos de tiempo y sentimientos tan diferentes y encontrados a la vez.