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9
7,2
251
Drama
París, 1979-1980. Pascal retrasa a conciencia el momento de comenzar su tesina de filosofía. Su amiga Christine no comprende su desfachatez. Sarah canta en un grupo barroco y vive de y para su arte. Manuel, su pareja, hace lo posible por apoyarla. En el mundillo del barroco, un trío muy influyente prepara una importante grabación de Monteverdi, bajo la dirección del “Innombrable”, el músico del trío, persona cruel y arrogante. Sarah ... [+]
29 de enero de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Green, con azules de Kaurismäki, contraplanos de Ozu y el tenso sosiego del sempiterno Bresson (muy posiblemente sea un sesgo personal, pero no puedo evitar verle entretejido entre los hilos de toda obra francesa), evoca a su etérea señora Muir particular, viva en la intensa mirada de Natacha Règnier.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Reconozco mi pasión por las películas que hablan de una derrota ante lo imposible, y más aún si ese imposible se circunscribe a dos personas destinadas a contentarse con esa feliz idealización del amor que no convive, confinadas en un "Brief Encounter". Detenidas ante un amor que es eterno y perfecto, porque es por entero imaginado. Pero, en este caso, Green niega incluso el derecho de ambos protagonistas a cruzarse una mirada, acaso les arrebata el derecho a una razonable desilusión.
La película, de gestación lenta y creciente, explota al final. Resignado y bajo una suave tristeza, uno recuerda el rostro de la imposible Sarah y la piensa, a través de su voz, como Leo Battista Alberti, el tratadista italiano del siglo XV, hablaba de los inmortales de la pintura: "ésta tiene en sí misma una fuerza tan divina que no sólo, como dicen de la amistad, hace presentes a los ausentes, incluso presenta como vivos a los que murieron hace siglos, de modo que son reconocidos por los espectadores con placer y suma admiración hacia el artista". Pascal ha recibido, sin duda, un perfecto y tristísimo regalo.
Gracias.
La película, de gestación lenta y creciente, explota al final. Resignado y bajo una suave tristeza, uno recuerda el rostro de la imposible Sarah y la piensa, a través de su voz, como Leo Battista Alberti, el tratadista italiano del siglo XV, hablaba de los inmortales de la pintura: "ésta tiene en sí misma una fuerza tan divina que no sólo, como dicen de la amistad, hace presentes a los ausentes, incluso presenta como vivos a los que murieron hace siglos, de modo que son reconocidos por los espectadores con placer y suma admiración hacia el artista". Pascal ha recibido, sin duda, un perfecto y tristísimo regalo.
Gracias.