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Voto de Genjuro:
4
6,6
1.690
Drama
Retrato de una familia norteafricana en el sur de Francia. Sillman, un padre de familia divorciado, es despedido de su trabajo en los muelles del puerto. Su futuro y el de su familia se presenta incierto, y su hijo le recomienda que vuelva al norte de África. Sin embargo, Sillman tiene una idea: abrir un restaurante en un viejo barco oxidado del puerto, aunque las autoridades no le pondrán las cosas fáciles. (FILMAFFINITY)
5 de noviembre de 2010
9 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que, recurriendo a un tono marcadamente naturalista, aspiran a superar los códigos y artificios habituales del medio en busca de una mirada casi documental (y con frecuencia para servir a una estrategia de corte social). Kechiche lo consigue en este film, mostrando habilidad y credibilidad en su empeño estético. El microcosmos etnográfico, los actores de apariencia no profesional, la cotidianeidad de las situaciones, los escenarios naturales… el estereotipo del realismo social se cumple a rajatabla.
Sin embargo, en ocasiones está vocación realista es una cortina que pretende ocultar la artificiosidad del planteamiento narrativo del autor de turno. En este caso, lo que apuntaba a una encantadora película familiar con múltiples posibilidades dramáticas se malogra progresivamente por la obsesión de su director por impactar sentimentalmente al espectador a base de una formulación argumental de trazo muy grueso.
Sin embargo, en ocasiones está vocación realista es una cortina que pretende ocultar la artificiosidad del planteamiento narrativo del autor de turno. En este caso, lo que apuntaba a una encantadora película familiar con múltiples posibilidades dramáticas se malogra progresivamente por la obsesión de su director por impactar sentimentalmente al espectador a base de una formulación argumental de trazo muy grueso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Empezando por un protagonista que es un pobre diablo, Kechiche ya se encarga de ponerle de patitas en la calle a las primeras de cambio, es tan desgraciado que no sonríe ni una sola vez en toda la película y se siente fuera de lugar en todos los sitios a los que va. En definitiva, se trata de que nos dé pena. Mucha pena.
El esquema es obvio: previo paso por circunstancias que pongan de manifiesto lo injusto que es el mundo (su periplo burocrática, la mezquindad de sus competidores) se le coloca en una situación optimista (la apertura del restaurante), para luego tirarle al suelo, escupirle y darle de patadas sin mayor justificación (la cena malograda por la casualidad y la esperpéntica persecución tras la motocicleta). Para el espectador autómata, este grosero proceso de identificación y montaña rusa argumental finiquitado en tragedia es una ecuación sin fallo: nudo en la garganta.
La falta de sutilidad es omnipresente. Desde el traslado de la comida, tan detallado que no puede terminar de otra manera que no sea en catástrofe (incluso Kechiche se permite el chiste de que previamente se vuelque parcialmente un recipiente, momento en que los espectadores suponen que por fin se materializa la fatalidad, y que resulta en un accidente sin consecuencias), hasta esa relación de odio entre las dos familias del protagonista que, no podía ser de otra manera, se arregla de manera bastante burda y previsible. El punto culminante está protagonizado por su ex-mujer, que si bien amenaza con convertirse en un personaje interesante al dar cobertura a las aventuras extramatrimoniales de su descarriado hijo, Kechiche la beatifica haciéndole llevar un plato de comida a un pobre.
Al final, este cuscús que se pretende fresco sólo sabe a precocinado.
El esquema es obvio: previo paso por circunstancias que pongan de manifiesto lo injusto que es el mundo (su periplo burocrática, la mezquindad de sus competidores) se le coloca en una situación optimista (la apertura del restaurante), para luego tirarle al suelo, escupirle y darle de patadas sin mayor justificación (la cena malograda por la casualidad y la esperpéntica persecución tras la motocicleta). Para el espectador autómata, este grosero proceso de identificación y montaña rusa argumental finiquitado en tragedia es una ecuación sin fallo: nudo en la garganta.
La falta de sutilidad es omnipresente. Desde el traslado de la comida, tan detallado que no puede terminar de otra manera que no sea en catástrofe (incluso Kechiche se permite el chiste de que previamente se vuelque parcialmente un recipiente, momento en que los espectadores suponen que por fin se materializa la fatalidad, y que resulta en un accidente sin consecuencias), hasta esa relación de odio entre las dos familias del protagonista que, no podía ser de otra manera, se arregla de manera bastante burda y previsible. El punto culminante está protagonizado por su ex-mujer, que si bien amenaza con convertirse en un personaje interesante al dar cobertura a las aventuras extramatrimoniales de su descarriado hijo, Kechiche la beatifica haciéndole llevar un plato de comida a un pobre.
Al final, este cuscús que se pretende fresco sólo sabe a precocinado.