Desear que alguien que no sea normal lo sea, o sea, de anormal a normal es el principio básico de “SuperBrother”. Un niño ve a su hermano mayor autista como un enfermo y una vergüenza: él quiere un hermano que le proteja de acosadores, que juegue con él al fútbol y no saque al barrio de su monocromatismo-neuro-normal.

Pero para el anormal ser diferente es ser normal por lo que siendo normal sería entonces anormal. ¡Qué lío! Vamos, que los superhéroes son un atajo de anormales y si antes ya eran anormales son ¿doblemente anormales?. Además, una frase como «Estoy esperando a mi hermano (a)normal» no hace quedar claro al interlocutor sobre si el (a)normal es él o el hermano. Hace falta una pausa (o coma) entre el hermano y el (a)normal. Pero el problema de esta película es que va sin pausas y con mucho aprieto.

Podría optar por la onda “Phineas y Ferb” con juguetes venidos de otra galaxia pero los clichés se amontonan: autismo, acoso escolar por niños rubios y otro acosador alcohólico para mamá. Es cierto, a veces, que se necesitan superhéroes frente a hermanos pero el problema de “SuperBrother” es que el niño protagonista no quiere un hermano mayor ni un superhéroe sino un esclavo. Quiere que cambiara para que luego no cambie pero luego que cambie y que nunca cambiara aunque tal vez cambiará para siempre. ¡Qué lío! No sé por qué hacen las películas infantiles ahora tan liosas. Ah, que es danesa. ¿Superhombres? ¿Superniños? ¿Superhermanos? ¿Seguro que no la produce Lars Von Trier?