15 de diciembre de 2021
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En un platillo de la balanza, o en un canal, Christian Slater y Patricia Arquette; en el otro, en otro canal, Brendan Gleeson y Diane Keaton. Para alguien que no puede con Christian Slater ni con Diane Keaton, una difícil decisión.
AMOR A QUEMARROPA, dirigida por Tony Scott, queda redimida por uno de esos guiones trufados de frases extraordinariamente brillantes. Unas frases tan extraordinariamente brillantes como para componer alguna de esas escenas que ya, veintiocho años después de su estreno, han pasado a la historia del Cine: no es sólo que el duelo entre Dennis Hopper y Christopher Walken sea la cima de una montaña: el que no lo haya remedado de una forma u otra que tire la primera piedra.
Grande Tarantino, que deja en la película, como Pulgarcito en el cuento, su rastro de migas de pan: comics, agudeza, un punto infantil, hamburguesas y pies.
Grande. Tanto como para que uno, amparándose también en esa música soberbia de Hans Zimmer, sea capaz de olvidarse de Christian Slater, que, en la piel de Clarence, tiene su dulce hogar en Alabama.
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