Siempre he creído que existen dos tipos de excelentes actores: Los "naturales" (Spencer Tracy, Cary Grant, Gregory Peck, Gary Cooper, Humphrey Bogart, John Wayne...) y los que estudiaron en el Actor's Studio (James Dean, Marlon Brando, Paul Newman, Montgomery Clift...) De ese primer grupo, creo que el más grande de todos es Spencer Tracy. La naturalidad, sinceridad, dignidad y carisma con la que construye sus personajes es del todo inigualable. En esta película, como "padre de la novia", lo vamos a adorar del primero al último fotograma y, por supuesto, nos vamos a identificar con él y con una magnífica historia que a todos nos suena.
Kay, la hija pequeña de Stanley y Ellie, decide casarse con su novio. A partir de ese momento Stanley se verá envuelto en un torbellino de preparativos y de situaciones nuevas, sorprendentes y estresantes para él.
Minelli, formidable director del musical y de la comedia, nos regala una película deliciosa, llena de ritmo, momentos inolvidables, con un guión exquisito y unos diálogos brillantísimos. Pero ¡ah amigo! además el gran Spencer queriendo o sin querer, con su soberbia interpretación, se convierte en el centro de la película. Y los hombres nos convertimos en el padre de la novia y miramos mal al novio de nuestra hija (no me gusta el "pollo"), nos agobiamos con la lista de invitados y las facturas, y protestamos y gruñimos, pero... por encima de todo, deseamos que nuestra hija sea muy feliz.
En definitiva, Spencer nos conquista a todos en una historia que se repite día tras dia, de una vigencia aplastante y de una lucidez admirable.