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Voto de Hartmann:
8
Drama. Aventuras Siglo XIII. Relato épico sobre el príncipe Alexander Nevsky, que defendió victoriosamente el norte de Rusia del ataque de los teutones: la batalla se libró sobre la superficie helada del lago Peipus. También tuvo que hacer frente a la invasión de Rusia por el ejército mongol dirigido por Gengis Khan. (FILMAFFINITY)
10 de junio de 2007
52 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es cierto que Einsenstein ha dejado obras que han soportado mucho mejor el paso de los años que esta Alexander Nevsky. También lo es que si no se visiona la versión restaurada se pierde una buena parte del encanto de una cinta concebida como vehículo de propaganda, y que apostó abiertamente por el espectáculo en estado puro en detrimento de la complejidad argumental o la verosimilitud.

Indudablemente, sus mayores aciertos están en la planificación de algunas secuencias y en la extraordinaria compenetración que se consigue entre la magnífica fotografía debida a E. Tissé y la soberbia banda sonora de Prokofiev. Banda sonora que es para muchos, incluido el que esto suscribe, la mejor de la historia del cine, especialmente si se puede disfrutar de ella en la versión grabada por Termikanov a mediados de los noventa: todo un recital de sabiduría compositiva. Y su influencia ha sido notable. Escúchese el inicio del corte de la batalla final y se podrá descubrir en sus acordes un preludio de lo que más tarde serían bandas sonoras como la de Tiburón, Psicosis y media docena de películas de suspense.

Las pegas, no obstante, también están ahí: la concepción de Einsenstein del cine sonoro como espectáculo cuasi operístico le hizo optar por interpretaciones más aptas para el cine mudo, con lo que no es de extrañar que en ocasiones la sobreactuación del reparto pueda rechinar. Y sí, se puede tildar a la historia de maniquea, pero también es cierto que la invasión nazi de la URSS pocos años después, con el corolario de atrocidades que trajo consigo, dejó corta la ficción cinematográfica. Cierto además que la famosa batalla en la nieve es en conjunto irregular: su arranque resulta magistral, y algunas de las escenas de masas no han sido aun superadas. Pero el recurso de la cámara rápida, tan en boga entonces para enfatizar el dinamismo de algunas escenas, hoy nos resulta cómico, por mucho que debamos juzgar toda obra en su contexto histórico (Nota: veremos cómo reacciona el público de dentro de varias décadas ante la profusión de muertes a cámara lenta, cambios de velocidad y planos a lo Matrix que tanto gustan hoy en día). El exceso de primeros planos reiterativos y el empeño en ridiculizar hasta el exceso a los enemigos de Rusia se unen a lo anterior para restar calidad a lo que se supone es el momento cumbre.

Mucho más afortunada es la escena del campo de los muertos, epílogo del combate y que puede considerarse como lo más emotivo de la cinta con su magnífico plano final. Einsenstein cuajó uno de los mejores momentos precisamente cuando dejó a un lado el imperativo propagandístico para hablar de lo que realmente importa: las personas que acaban como víctimas de las grandes decisiones políticas.

En suma, una obra maestra no por su calidad, pero sí por algunos de su aciertos formales y por las influencias que ha dejado en el cine posterior. Imprescindible si queremos entender un poco mejor qué es y cómo se gestó eso que llamamos Séptimo Arte.
Hartmann
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