Chicuarotes la más reciente entrega de Gael García Bernal se centra en dos jóvenes originarios de Xochimilco, región situada al sur de la Ciudad de México y que por usos y costumbres se capta y percibe como zona rural dentro de la misma urbe. Incluida oficialmente dentro del mapa geográfico de la metrópoli, la alcaldía en muchas ocasiones es olvidada —como otras tantas demarcaciones de la ciudad—, lo cual hace de ella una región vulnerable y con problemas de orden social que hoy se retoman en esta cinta.

Cagalera y Moloteco hacen actos de comicidad en el transporte público, al ver la nula atención de pasajeros, optan por el atraco como modo para sacar el día. La historia se inclina de lleno hacia Cagalera —el de actitud más envalentonada y agreste— con un ambiente familiar disfuncional y retrograda que dirige al filme hacia sensacionalismo de poca resonancia, esto debido a sus excesos al momento de plantear personajes de poca exploración psicológica y encargados de llenar un cuadro muy ordinario de la pobreza y la marginación.

No es una comedia negra como tal, pero tampoco es el drama sórdido dotado para intranquilizar al espectador, es un ejemplar poco virtuoso que nos deja ver a un director con muchas ganas de encuadrar los cinturones de la pobreza con todo y sus vicios. La mayor parte del metraje es poco sorprendente y funciona tal vez en su inicio y cierre.

La incursión de actores reconocidos está totalmente desperdiciada y continúan en el acartonamiento de una serie de situaciones gastadas sobre todo por unitarios que traen la redención como cierre de cada episodio. Así ni Giménez Cacho o Dolores Heredia sacan a flote una película que desde su estreno tuvo una nota media y logra esa duración en el circuito comercial más por el renombre de quien dirige que por lo que representa en sí el mismo trabajo.

No es un logro para Bernal, es un proyecto más, al que le falta historia y le sobra la inmundicia y lo trivial.