Loretta Young tenía el Oscar reciente a sus 35 años. De esta incursión en la Paramount se esperaba de nuevo un vehículo que permitiera su lucimiento.
Se trataba de un drama con suspense, en el que una profesora, la doctora Wilma Tuttle, mataba a un alumno en defensa propia tras sufrir un asalto sexual. Ante la situación creada, que era difícil de explicar, y pensando en un escándalo que sembraría dudas sobre sus actos, decidía fingir un accidente. Pero no contaba con la intervención de un detective meticuloso, que pronto de daba cuenta de que todo era un montaje.
El punto de partida era prometedor, al meternos de lleno en el dilema moral al que se enfrentaba la profesora y asistir a su creciente angustia a medida que avanzaban las investigaciones. Algunos testimonios y pruebas podrían comprometerla, como ese examen donde el alumno muerto calificaba a la profesora de ciclotímica o bipolar y demostraba su obsesión por ella.
Sin embargo la película no aprovechaba todo su potencial. Además, un pesadísimo Robert Cummings se dedicaba a lanzar piropos “ingeniosos” a la profesora hasta el hartazgo. Se echa en falta más metraje dedicado a la investigación policial y al posible drama procesal y menos dedicado a una historia de amor inoportuna.