Cada vez que veo una obra maestra cinematográfica, vienen a mi mente los grandes directores de la historia del cine. Ni bien pasados diez minutos de este maravilloso filme apareció ante mis ojos la figura del magnánimo Stanley Kubrick. Pero no como punto de referencia para entender la infinidad de guiños al cine que tiene esta película, sino para preguntarme como estos dos genios llamados Shawn y Marlon Wayans pudieron superar casi toda su filmografía con una temática nunca abarcada por él.

El racismo sin duda ha sido uno de los grandes cataclismos sociales que ha enfrentado el pueblo norteamericano en vasta historia. ¿Qué mejor manera de componer un nuevo pacto social, pregunto yo, que con una comedia brillantemente actuada y escrita para hacer lagrimear hasta a los hombres más hombres?

El paradigma que presenta de entrada es, como mínimo, atrapante. Cada minuto que pasa es una constante sátira al humor más fino que se pueda filmar. Sin mencionar, por supuesto, las desmedidas performances de los hermanos Wayans que opacan sin tutela cualquier intento de actuación del resto del cast. El impensado factor romántico también se hace presente y para el final tenemos ganas de aplaudir y llorar.

Esta película marcó un precedente, se los aseguro. Y me da asco pensar que "Los Grandes Directores" han esquivado el tema con saña y pereza intelectual. ¡Larga vida a los Wayans dejando un sello en la historia cinematográfica! ¡Abucheos y silbidos a la Academia por ignorarla cruelmente!

Pocas películas me han impactado y llegado tanto. Ésta quedará en mi retina para siempre.