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Voto de Sibila de Delfos:
8
Drama Jerez de la Frontera, 2012. Rocío, una madre soltera y sin trabajo, no recibe ningún tipo de ayuda ni subsidio. Vive con a su hijo de ocho años en un piso cuyo alquiler no paga desde hace meses, de modo que el dueño la amenaza continuamente con echarla a la calle. Para hacer frente a los gastos de manutención y alquiler, realiza trabajos ocasionales mal pagados y vende en el top manta objetos encontrados. (FILMAFFINITY)
20 de octubre de 2015
34 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Techo y comida es el retrato de la España de hoy, de esa España escondida tras las cifras macroeconómicas de crecimiento de las que tanto gusta presumir el Gobierno. Una supuesta recuperación que no llega a barrios como el de Jerez de la Frontera donde vive Rocío, la luchadora madre soltera y en paro que protagoniza esta historia del debutante Juan Miguel Castillo.
La película no oculta lo que es en ningún momento: cine social de denuncia nada disimulada, una oda a todos aquellos oprimidos que se parten el espinazo por un mendrugo de pan y una feroz crítica a la injusticia de la sociedad. No se la debería acusar de obvia o demagoga. Ese es su objetivo y eso es lo que hace, sin ninguna sutileza (atención al comienzo de los créditos finales, con ese sonido de taladradora y esas cifras de auténtica vergüenza para cualquier país), sin máscara, sin doblez ni contemplaciones. Techo y comida es el retrato fiel y doloroso de cualquiera de las millones situaciones como las de Rocío que se viven en nuestro país, con los servicios sociales a veces impotentes, la brutal crudeza de la ley, el drama del deshaucio, los malabares para salir adelante y la vecina bondadosa que salva muchas veces a Rocío y su hijo Adrián de la inanición pura y dura. Su contundencia es absoluta y su efectividad también. Además, no por ello renuncia a la belleza y la poesía de ciertos momentos, pues Rocío puede ser casi una prima hermana en otro tiempo de los "santos inocentes" de Delibes, pero también está llena de fuerza y sobre todo amor por Adrián.
Quizás lo más criticable de Techo y comida es que en realidad es más un documental ficcionado que una auténtica película de ficción. Ficción entre comillas, claro está, porque más real no puede ser (por desgracia), pero es prácticamente un documental. Ninguno de los personajes tiene vida por sí mismo ni parece haber una intención por parte de Juan Miguel del Castillo de ir más allá de la mera descripción de la realidad. Podría ser un reportaje de investigación de cualquier programa televisivo. Ese tono casi periodístico hace que la cinta respire cierta frialdad en su ejecución, presentando las desgracias una detrás de otra sin dar casi tiempo al espectador a digerirlas o a ver cómo las digiere la protagonista. Tampoco ayuda la cierta exageración dramática de algunos momentos, que no hacía ninguna falta dentro del absoluto drama que es la vida de la protagonista (ver la escena en que madre e hijo discuten, aunque dicha escena es catalizadora de uno de los mejores y más emotivos momentos de la película, al que nos referirmos brevemente al final).
Por suerte, para corregir ese pequeño defecto ya está Natalia de Molina. La jienense, convertida en una de las actrices más punteras del panorama nacional después de su Goya por Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013) y su aportación a una serie de éxito como Bajo Sospecha, es el alma de la película. Todo pasa por ella, por ese aspecto derrotado (gran trabajo de maquillaje y peluquería, que la hace parecer mucho más mayor y maltratada por la vida), por sus expresivos ojos, por su expresión corporal tan estudiada (cabeza gacha, manos en los bolsillos, pocas palabras, andar casi encorvado), por su voz a veces casi inaudible y otras veces rota por el llanto, la ira o la desesperación. Hay que ser muy buena para pasar de algo tan festivo e irreverente como su personaje en la reciente Cómo sobrevivir a una despedida (Manuela Moreno, 2015) a un rol tan complicado y duro como el de Rocío. La actriz es todo corazón, todo entrega, y aporta una verosimilitud tan auténtica al personaje que no queda otra que sufrir con ella. El resultado es de premio, como el que ha ganado en el Festival de Málaga de este año y como los que van a seguir seguro, Goya incluido, salvo que Penélope Cruz en MaMa se interponga en su camino. Poco ha habido hasta ahora que se pueda comparar al esfuerzo de Molina.
Una película que no oculta sus credenciales de denuncia y que pretende hacernos reflexionar sobre la España que de forma tan brutal queda retratada en la imagen más significativa de la película, que no es otra que la del pan y el circo, la España que se olvida de alzar la voz mientras haya algo con lo que distraer su conciencia, la España que celebra eufórica un gol de la Selección mientras una familia hace aguas a solo unos metros.
Y lo consigue.

Lo mejor: Natalia de Molina, colosal (sin olvidar al pequeño Jaime López o la siempre excelente Mariana Cordero), y la desoladora denuncia social que realiza, sin disfraces ni medias tintas.
Lo peor: Es un poco excesiva en algunos momentos y le falta desarrollo en los personajes.
Sibila de Delfos
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