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Cine negro. Intriga
Recién terminada la Segunda Guerra Mundial, un grupo de personas de diversas nacionalidades (un americano, un inglés, un francés, una misteriosa mujer que habla diferentes idiomas, un par de alemanes), viaja de París a Berlín, vía Frankfurt. En el tren, fuertemente vigilado, también ocupa compartimento el doctor Bernhardt, un pacifista cuya misión es unificar Alemania. Un mensaje en clave accidentalmente hallado en una paloma mensajera ... [+]
6 de abril de 2011
38 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jacques Tourneur no fue un director de serie B, es un error común que se repite demasiado cuando se habla de él. Si bien es verdad que sus inicios en la Metro y la RKO lo integran films de bajo presupuesto (en ésta última los celebrados títulos de terror con Val Lewton) hacia 1944 ya es un director importante de la RKO; un realizador de serie B nunca hubiera trabajado con Heddy Lamarr, Kirk Douglas, Jane Greer, Dana Andrews, Robert Mitchum, Robert Ryan o Burt Lancaster en sus respectivos momentos estelares.
Si es considerado de forma generalizada como un maestro del cine, ¿por qué es una especie de marginado crítico dentro del grupo de grandes directores? Personalmente estoy harto de que cada vez que haya un estudio sobre él, una de dos:
- O éste se circunscribe a su filmografía fantástica
- O se le trata como una suerte de director oculto/olvidado/enigmático/ a descubrir.
Si es considerado de forma generalizada como un maestro del cine, ¿por qué es una especie de marginado crítico dentro del grupo de grandes directores? Personalmente estoy harto de que cada vez que haya un estudio sobre él, una de dos:
- O éste se circunscribe a su filmografía fantástica
- O se le trata como una suerte de director oculto/olvidado/enigmático/ a descubrir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Es más simple que todo eso, creo yo. No me parece verosímil encontrar temáticas comunes en la filmografía de Tourneur, más allá de coincidencias casuales. Lo verdaderamente común en sus películas, lo que las identifica y las hermana es su estilo visual.
Jacques Tourneur es el director de cine en estado natural, un hacedor de imágenes, un orfebre de las formas, un bruñidor de las sombras, mago de las texturas y creador, sin aparente esfuerzo, de todo un glosario de sensaciones cinematográficas únicas, sólo advertibles en sus películas. Porque es, sobre todo, el genio de la discreción. El placer que me provoca una película suya es tan espontáneo e intenso que la desproporción con la levedad y sutileza del estímulo previo sin duda le parecería impúdica al propio Tourneur.
“Berlin Express” tiene muchas servidumbres, derivadas de su producción, su impuesta voz en “off”, su rocambolesco guión y del hecho de que Merle Oberon estaba casada con el director de fotografía (el espléndido Lucien Ballard), y Tourneur no las supera sino que consigue que las olvide todas; sirviendo cine, lo único que sabía hacer, liberando sin pretenciosidad su imaginación pura. Y es esa imaginación visual – en la magistral narración del atentado que pone en marcha la trama, en el plano estremecedor de la devastada Frankfurt descubierta tras una persiana que se levanta, en el hallazgo del cadáver del soberbio Reinhold Schunzel, en la muerte del payaso/agente, en el tiroteo dentro de la cuba de cerveza, en el célebre intento de asesinato reflejado en las ventanas del tren que cruza- la que me captura, me rinde y me hace pedir más, más, más, por favor, más Tourneur.
Jacques Tourneur es el director de cine en estado natural, un hacedor de imágenes, un orfebre de las formas, un bruñidor de las sombras, mago de las texturas y creador, sin aparente esfuerzo, de todo un glosario de sensaciones cinematográficas únicas, sólo advertibles en sus películas. Porque es, sobre todo, el genio de la discreción. El placer que me provoca una película suya es tan espontáneo e intenso que la desproporción con la levedad y sutileza del estímulo previo sin duda le parecería impúdica al propio Tourneur.
“Berlin Express” tiene muchas servidumbres, derivadas de su producción, su impuesta voz en “off”, su rocambolesco guión y del hecho de que Merle Oberon estaba casada con el director de fotografía (el espléndido Lucien Ballard), y Tourneur no las supera sino que consigue que las olvide todas; sirviendo cine, lo único que sabía hacer, liberando sin pretenciosidad su imaginación pura. Y es esa imaginación visual – en la magistral narración del atentado que pone en marcha la trama, en el plano estremecedor de la devastada Frankfurt descubierta tras una persiana que se levanta, en el hallazgo del cadáver del soberbio Reinhold Schunzel, en la muerte del payaso/agente, en el tiroteo dentro de la cuba de cerveza, en el célebre intento de asesinato reflejado en las ventanas del tren que cruza- la que me captura, me rinde y me hace pedir más, más, más, por favor, más Tourneur.