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6
6,4
3.380
Thriller. Drama
Última película británica de Hitchcock, antes de su etapa norteamericana. A principios del siglo XIX, Mary Yellan, una joven irlandesa huérfana, viaja a Cornualles (Inglaterra) para vivir con su tía. Ésta y su marido regentan la posada "Jamaica" . Muy pronto, Mary se da cuenta de que ha entrado en una cueva de criminales que se dedican a provocar naufragios con el fin de saquear los barcos. (FILMAFFINITY)
25 de abril de 2011
39 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
La escuela dramática del método, imperante desde hace varias generaciones de espectadores, nos habituó a la verosimilitud y el naturalismo y a detectar sus opuestos. Están los actores que se abandonan al personaje y aquellos que abandonan al personaje y se interpretan sólo a sí mismos. Está Marlon Brando y está John Wayne.
No estamos preparados para lo que hace Charles Laughton en “Posada Jamaica”.
En esta película disparatada que Hitchcock rodó apresuradamente cuando ya había firmado su contrato millonario con Selznick para ir a Hollywood, Laughton (des)aparece bajo un maquillaje grotesco que le proporciona una nariz nueva y le inmoviliza sus célebres cejas, escenario de momentos de interpretación únicos en la historia del cine. Y surge Sir Humphrey Pengallam, Juez de Paz ocasional y canalla vocacional.
No estamos preparados para lo que hace Charles Laughton en “Posada Jamaica”.
En esta película disparatada que Hitchcock rodó apresuradamente cuando ya había firmado su contrato millonario con Selznick para ir a Hollywood, Laughton (des)aparece bajo un maquillaje grotesco que le proporciona una nariz nueva y le inmoviliza sus célebres cejas, escenario de momentos de interpretación únicos en la historia del cine. Y surge Sir Humphrey Pengallam, Juez de Paz ocasional y canalla vocacional.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No estamos preparados, insisto. Quizás porque la rigidez de Laughton no desciende de la proposon del teatro griego, en el que primero el género y luego la moralidad fijaron rostros de piedra a los actores. Habría que ir más atrás, al origen, a los ritos dionisiacos y sus máscaras planas; antes de la existencia de la ironía, de los personajes dramáticos como tales.
Pengallan es una creación absoluta. Allí está, en cada escena, recordándonos que la superioridad de los que pronuncian correctamente "hilarious" es demasiado natural para plasmarla siquiera en un discurso. El resto de personajes, que se afane por ir y venir víctimas de la azarosa trama. Que la lucha entre el Bien y el Mal la escenifiquen los que tienen sentimientos, eso es de una abrumadora vulgaridad para Sir Humphrey. Su final es tan coherente como demencial: subido al mástil del que caerá, contempla desde arriba la pequeñez de lo pequeño, el diminuto gregarismo de la virtud.
Naturalmente podemos consolarnos con la teoría platónica de que si el Mal vence con frecuencia al Bien es porque aquel usurpa los atributos de éste: orden, belleza, disciplina, equilibrio. Siendo ésta la mejor demostración de que el Bien es un concepto superior al Mal: caos, fealdad, indisciplina, desequilibrio.
El Juez Pengallan dedicaría una condescendiente sonrisa al republicano Platón.
Pengallan es una creación absoluta. Allí está, en cada escena, recordándonos que la superioridad de los que pronuncian correctamente "hilarious" es demasiado natural para plasmarla siquiera en un discurso. El resto de personajes, que se afane por ir y venir víctimas de la azarosa trama. Que la lucha entre el Bien y el Mal la escenifiquen los que tienen sentimientos, eso es de una abrumadora vulgaridad para Sir Humphrey. Su final es tan coherente como demencial: subido al mástil del que caerá, contempla desde arriba la pequeñez de lo pequeño, el diminuto gregarismo de la virtud.
Naturalmente podemos consolarnos con la teoría platónica de que si el Mal vence con frecuencia al Bien es porque aquel usurpa los atributos de éste: orden, belleza, disciplina, equilibrio. Siendo ésta la mejor demostración de que el Bien es un concepto superior al Mal: caos, fealdad, indisciplina, desequilibrio.
El Juez Pengallan dedicaría una condescendiente sonrisa al republicano Platón.