Uno de los muchos aciertos de esta serie es que responde sin complejos al formato por entregas. Cada capítulo desarrolla su trama propia sin perder de vista el planteamiento general, que no por trillado carece de interés. Aunque resulta evidente que existe una estrategia de “enganche” que se vale de manidos recursos para atrapar al espectador, son recursos usados con habilidad, mesura y cierta sutileza. También es acertada la duración de lla serie, estructurada en 3 temporadas que no han sido artificialmente alargadas aprovechando el tirón (ignoro si pretenden hacerlo en un futuro).

Y aspectos estratégicos aparte, resulta que está bien interpretada y bien filmada, sin necesidad de recurrir a escenarios espectaculares, música a niveles estratosféricos o aderezos varios que se la coman con patatas y que vienen siendo el marchamo de las producciones más “in” del momento. Destacaría el papel de la “matriarca” (“madre” resultaría más apropiado, puesto que su perfil no se desliza al tópico de la manipuladora sin escrúpulos al servicio de una trama simplemente rocambolesca) y también el de la tierna Nina y su peligrosa cuñada, pero todos están en general más que correctos.

La cuestión del maquillaje, eso sí, merece capítulo aparte por su ausencia: los hijos crecidos son interpretados por actores de la edad de sus padres mientras que los susodichos progenitores no coleccionan ni una arruguita al envejecer, lo cual origina cierto batiburrillo generacional que en un primer momento puede llegar a descolocar.

Dejando de lado estos entrañables defectillos, desde la fría Suecia nos envían un producto cálido, acogedor y agradable que se disfruta sin mayores complicaciones y que, de paso, nos cuenta algo de su historia reciente (qué luminosa en comparación con las épocas más oscuras de la España franquista, mojigata y retrógrada) y de su sociedad, en la que, como en todas, también cuecen, han cocido y cocerán habas.