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España España · almeria
Voto de TOM REGAN:
7
Comedia Narra la historia de Julián, un cutre timador, que intenta colocar un tranvía a un rico e inculto agricultor. La crítica social, teñida de farsa con su punto anticlerical son las notas de la historia. En principio iba a formar parte de una serie que sería titulada "Los pícaros", que al final no llegó a realizarse. (FILMAFFINITY)
15 de octubre de 2019
13 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
177/12(14/10/19) Sugerente labor realizado por Juan Sterlich March, pero sobre todo destacable por estar guionizado en su primera colaboración juntos por los míticos Rafael Azcona y Luis García Berlanga (binomio que dio lugar a obras maestras como “Plácido”, “El verdugo” y “La vaquilla”), en lo que era el episodio piloto de un proyecto de serie titulada “Los pícaros”, el cortometraje fue censurado por sus puntos anticlericales y la serie nunca se llevó a cabo. El primer capítulo narra la historia de Julián (José Luis López Vázquez), un estafador de la capital que intenta timar a un terrateniente del medio rural, vendiéndole un tranvía. Un metraje de 29 deliciosos minutos que da tiempo para en un tono marcadamente influenciado del neorrealismo italiano (“Rufufu” estrenada el año anterior es referente claro), se hace un retrato deprimente de una sociedad darwinista, donde todos somos depredadores en busca de presa, pero ello con gran humor, propio de la gran tradición española de la picaresca, donde prima la supervivencia, aunque sea a costa de engañar al prójimo, escenificándose una sociedad hipócrita, con ansias de medrar y de hacer dinero fácil. Sobresale además el fenomenal elenco actoral capitaneados por un inmenso José Luis López Vázquez. El rodaje de Se vende un tranvía es coetáneo de un film que reside en el Olimpo del Séptimo Arte, “Plácido”, dirigido por Berlanga y coescrito por Azcona, además tiene en común con este mediometraje, de ayudante de dirección a Estelrich, el director de fotografía Francisco Sempere, y José Orjas, Luis Ciges, Chus Lampreave, María Luisa Ponte y el mencionado López Vázquez.

“El neorrealismo fue corriente cinematográfica se dio en la Italia de los años 40 como respuesta a la saturación de cine propagandístico fascista que se produjo en la década anterior. Dicha respuesta consistía en una “sencillez temática, cercana al documental, o el rodaje en exteriores, sin platós. Nada debía ser ampuloso o conscientemente efectista en la narración delimitada por sus autores mediante el uso mínimo de recursos artificiales”. Este modelo fue exportado a otros países, momento en el que se le concedió definitivamente el nombre de “neorrealismo”. Algunos cineastas españoles lo asimilaron rápidamente, como Berlanga, quien en 1951 realizó, junto a Juan Antonio Bardem, Esa pareja feliz, una “cinta sobre las ilusiones de nuestra clase trabajadora que ofrecía una visión realista y aguda de la España de Posguerra, narrada con aire de sainete arnichesco”. Más tarde llegarían ¡Bienvenido Míster Marshall! (1953), Los jueves, milagro (1957), Plácido (1961), y El verdugo (1963), serie de películas (las dos últimas con guión de Rafael Azcona) en las que repetiría ese estilo, cuyo grado de acidez en ese tándem de humor/crítica social aumentaba progresivamente.”

Esto sirve como preámbulo para un relato este arraigado en el costumbrismo patrio, que desgrana las carencias, las ganas de sobrevivir, de intentar salir adelante y ascender, con una filmación completa en exteriores en Madrid, con una fotografía en b/n de Francisco Sempere (“Plácido” o “El pisito”), retratando con luz natural la acción, con un contraste de grises bien manejado.

Cinta que critica con bisturí ácido a una sociedad con sed de plata sencilla, donde la avaricia del timador se llega a confundir con la del timado, el capitalismo salvaje subyace bajo todo, en una recreación tópica de que la gente de la ciudad es más inteligente y amorales que los paletos, inocentones de ámbitos rurales, donde el tranvía es el símbolo risible de los avances de la época en España. Haciéndose un reflejo naturalista del país, con lenguaje llano, con personajes cercanos, que se expresan con costumbrismo cercano.

Teniendo un arranque ingenioso con ese patio de la prisión caricaturizado, y donde una voz en off rompe la cuarta pared para hablar con los presos y al final fijarse en uno de ellos, Julián (José Luis López Vázquez) para nos cuente porque está allí. Para a continuación pasar a un flash-back que es el grueso del minutaje, donde el protagonista es el líder de un grupo organizado de timadores, cada uno con su papel definido, donde Julián se dedica en la Estación de Atocha y alrededores a buscar “un primo” al que dar el “palo”, ello mientras vemos a toda una fauna de ladrones de todo tipo (descuideros, carteristas,…). Hasta que tras un rastreo cual águila en busca de presa encuentra en el Café Oriental a Calixto (gran Antonio Martínez), con clara apariencia de campesino que tras enseñar su cartera acaudalada enrollada ferozmente pasa a ser claro objetivo, dejando un substrato a través de este personaje el guión de que uno debe hacer lo que sabe y no aventurarse en negocios que domina. Tras lo que Julián pone en marcha a su banda, simpáticos timadores con su rol claramente dibujado por la pluma satírica de Azcona y Berlanga, que como el mencionado “Rufufu” se reúnen en una azotea, para luego desplegarse ordenadamente coreografiada para llamar la atención del pardillo, teniendo como hilo de sedal de pescador a Julián que hace notar al incauto lo que tiene a su lado, primero es el espía en modo de Higinnio El pompitas (Jesús Martín Heredia),… (sigo en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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