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Tajikistan Tajikistan · Demonlandia
Voto de Neathara:
6
Drama Oscar Lopkins y Lucinda Leplastier son una extraña pareja que arriesga su futuro, su reputación y su bienestar económico por dos pasiones: el amor y el juego. Oscar, un hombre de fuertes convicciones religiosas, vuelca su vida en el juego y reparte las ganancias entre los pobres. Lucinda es una mujer de mundo, de convicciones feministas, que comparte con Oscar la pasión por las cartas. (FILMAFFINITY)
16 de diciembre de 2008
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sosería natural de Gillian Armstrong como realizadora no le hace del todo justicia a la gran novela de Peter Carey en que se basa esta película, pero a falta de algo mejor, hay que decir que se salva del aprobadillo raspado, si bien de milagro y gracias a que el cuidado que no se invirtió en trasladar la historia a un buen guión, sí que se aplicó en la estética, en la fotografía y en el plantel actoral.

Dos pirados de nacimiento -un cura luterano y una forrada heredera adictos a las apuestas y a los juegos de azar- se conocen, se encandilan mutuamente y se embarcan en un reto tan poético como imposible: erigir una iglesia de cristal y trasladarla 400 kilómetros hasta un remoto asentamiento australiano. Si esta premisa no basta como para entusiasmar a cualquiera que albergue en sí un corazoncito con tendencia a los grandes gestos extravagantes, entonces es mejor prescindir del meollo de la historia y dedicarse a disfrutar de los espectaculares parajes australianos y del resplandor de unos actores entusiastas, especialmente la Blanchett haciendo de rarita, que es lo que mejor se le da.

Lástima la pérdida de trasfondo de los personajes en la adaptación de la novela a la peli y la superficialidad de la historia...pero el viaje de la iglesia de cristal por el río, todo un desafío de fragilidad absurda contra la injusticia de la finitud, tiene un algo tan sublime, tan patético y al mismo tiempo tan hermosamente atrevido, que es inevitable dejarse tocar por el filo de su significado o celebrarla con esa alegría infantil que produce hacerle un buen corte de mangas al mundo y sus convenciones.

A día de hoy no sé si esta secuencia, sin duda lo mejor de la película, es una alegoría sobre el amor, sobre la amistad o sobre la condición humana, pero sigue siendo una imagen tan fascinante que por sí sola constituye una más que suficiente excusa para un visionado atento.
Neathara
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