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Voto de GUSTAVO:
8
Drama Prudence Friedman tiene 17 años. Sola y a la deriva, conoce a Marilyne, una chica inadaptada de la escuela, que le hace descubrir las peligrosas carreras ilegales de motos. Fascinada por Reynald, Franck y los otros chicos de su pandilla, Prudence trata de hacerse un hueco en la banda, intentando hacer pasar su soledad por libertad. (FILMAFFINITY)
22 de julio de 2012
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En sus 80 minutos de metraje que se hacen muy cortos, la cinta recorre, a través de las vivencias de Prudence (estupenda Lea Seydoux), el duro camino del aprendizaje moral y material de una adolescente que se ve confrontada con el abandono. En ese recorrido, Prudence se topa con dos modelos a seguir: uno dócil, dependiente e inseguro que llamaremos blanco, representado por su prima Sonia, y otro insumiso, rebelde y transgresor que llamaremos negro, representado por su nueva amiga Marilyne. Prudence no solamente rechaza el modelo blanco casi de inmediato sino que lo trata de reclutar hacia el modelo negro que es el que elige. Pero lo peculiar estriba en que Prudence abandona, incluso, este último, saliéndose de sus límites, lo que trae como consecuencia un costo mayor que el beneficio que acentúa su soledad.
En el ínterin se desarrollan escenas que muestran, en contraste, la relación familiar con sus parientes judíos y la de sus amigos que incluye aquella donde aparece la madre del amante ocasional motociclista, uno de esos raros pájaros nocturnos a cuya comunidad Prudence se trata de integrar, y una muy importante donde simbólicamente rompe con su identidad, o lo que para ella representa en la actualidad, en presencia de Marilyne.
“Belle epine” es una película lograda que fabrica, más que una trama, un entramado clínico, un diagnóstico personal mediante una mirada intimista, a la vez, cercana y distante que no toma partido por la protagonista necesariamente; como si se tratara de una especie en cautiverio con la cual se está haciendo un experimento tomándose nota de todas sus emociones y reacciones físico corporales. Por dicho motivo vemos la cámara nerviosa que la persigue, los reiterados encuadres de primer plano del perfil de su rostro y su cuerpo, los ambientes difuminados y la ausencia de música que busca manipular al espectador.
La película no define el destino del personaje, no tiene esa intención. Tampoco redondea la faena con una moraleja que la hubiera hecho fallida. Pero los márgenes en los que se mueve son muy reducidos y, a la vez, poco arriesgados. Es como si se hubiera capturado en un tubo de ensayo la inocencia interrumpida y, para una directora novel como Rebecca Zlotowsky, eso no es poco.
GUSTAVO
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