Yo soy de los que se solidarizan con los faltos de fortuna, con Tom de Tom & Jerry, con Silvestre de Silvestre y Piolín, con Julián Muñoz y cómo no con el Coyote. Quizá con este último incluso más, posiblemente porque me encanta el escenario donde transcurren todos sus vanos intentos por dar caza al astuto y rapidísimo correcaminos, ese seco desierto repleto de cactus faltos de púas (todas se las ha clavado el Coyote), cañones con caídas inacabables...Pero nada de eso detiene al coyote, él sigue comprando cada vez artilugios más y más estrafalarios, más caros (que digo yo: ¿Por qué el Coyote no se gasta la pasta en restaurantes de comida rápida en vez de en artilugios de la fatal e incompetente marca Acme?), pero todos ellos inútiles.

Adoro los numerosos momentos absurdos de la serie, de como violan las leyes físicas y pienso en la magia del cine y la animación, de cómo en este mundillo todo es posible y es posible mostrárselo al público, pero pocas veces se hace con tanta gracia.