La película centra su atención en la relación que se establece entre una profesora de jardín de infancia (guardería) y uno de sus alumnos, Jimmy, que parece contar con un talento innato hacia la composición poética. Esta inusual capacidad, niño prodigio dirían algunos, llama poderosamente la atención de su maestra, interpretada por Maggie Gyllenhaal, que va implicándose cada vez más en el desarrollo de esas capacidades que en este niño parecen florecer de manera y forma tan naturales.
Es sin duda una película sobre poesía, sobre sentimientos, y confieso que la actriz protagonista me ha sorprendido gratamente. Llena toda la cinta con su presencia, rezuma sensibilidad, misticismo por los cuatro costados, te hace en todo momento creíble esa admiración por un niño tan precoz y sus intentos por convertir la potencia en acto.
La vida de esta maestra trascurre a lomos de un matrimonio que se desenvuelve entre la rutina y unos hijos adolescentes que no parecen querer seguir las idealizaciones de su madre. Ese inconformismo, esa búsqueda de los sentimientos por encima de cualquier otra consideración, desemboca en un romanticismo que nutre todo el metraje.
Y una vez más, lo romántico se encuentra con la dura realidad, con frenos familiares y circunstancias varias que ponen ruedas en el camino emprendido por esta mujer, que en cierto modo usa a un niño como liberación de frustraciones propias. Que una película con estas premisas mantenga al espectador atento a lo que va a suceder, sin prever cuál será el desenlace, no es poca cosa