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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
8
Aventuras. Fantástico. Terror Un equipo de cine van a rodar una película a la misteriosa isla de Teschio, al este de Sumatra. Allí los recién llegados descubren la existencia de una civilización prehistórica y de una tribu ancestral que secuestra a la atractiva Ann, la actriz protagonista, para ofrecerla en sacrificio ritual a King, un gigantesco gorila. (FILMAFFINITY)
11 de diciembre de 2008
94 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal vez me equivoque, pero creo honestamente que un adecuado criterio de selección fílmica constituye un factor esencial en ese mágico proceso de forja y consolidación de corazoncitos cinéfilos.

Afortunadamente yo soy uno de esos privilegiados que, desde muy temprana edad, nutrió su pasión cinéfila a base de pelis como “La diligencia”, “La reina de África” o “Con la muerte en los talones” y que, por lo tanto, jamás hubo de tragar con Harry Potter ni con cualquiera de esas bazofias que la industria cinematográfica actual cocina para niños y adolescentes. Pero bueno, vayamos al grano. Hoy no toca hablar de diligencias, barcazas ni aeroplanos. Ni mucho menos de aprendices de brujo. Hoy toca hablar de todo un mito del celuloide: King Kong.

Tuve la oportunidad de ver la peli de Cooper & Schoedsack como mandan los cánones, en pantalla grande, sumido en la penumbra de una vieja iglesia carmelitana que mi colegio había reconvertido en sala de actos. Cada trimestre la ‘pedagogía del espectáculo’ escolar programaba una peli y, lógicamente, esa eventualidad solía ser bien acogida por la mayoría de alumnos. Recuerdo con nostalgia como los austeros bancos parroquiales castigaban nuestras tiernas rabadillas, pero cuando el potente haz de luz del proyector cercenaba las tinieblas y dejaba al trasluz las miles de motitas de polvo que flotaban en el ambiente, la algarabía inicial enmudecía súbitamente y el silencio se adueñaba de la sala. El día que pasaron “King Kong” ese silencio se prolongó más allá de lo habitual y casi podría decirse que el centenar de mocosos que abarrotábamos el auditorio caímos abducidos de inmediato por el embrujo de unos fotogramas en blanco y negro absolutamente fascinantes.

Cierto es que al margen de las siniestras imágenes de la isla de la Calavera, de la etérea sensualidad de Fay Wray y de la mítica secuencia final en el Empire State, poco más recuerdo de la peli, pero debo confesaros algo: me niego rotundamente a verla otra vez...

No me apetece para nada comprobar lo mal que ha envejecido. No me interesa en absoluto corroborar como algunas de las interpretaciones son lamentables. Me resisto a admitir que Kong no midiera realmente quince metros...

Lo siento, amigos. Me niego rotundamente a romper ese hechizo.
Taylor
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