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Voto de Favio Rossini:
9
8,2
6.357
Drama
Este clásico del cine mudo fue el primer film que explotó el movimiento de cámara. Narra cómo el portero de un lujoso hotel, un anciano orgulloso de su trabajo y respetado por todos, es bruscamente degradado a mozo de los lavabos. Privado de su antiguo trabajo y del uniforme que le identifica, intenta ocultar su nueva condición, pero su vida se va desintegrando lentamente. (FILMAFFINITY)
24 de marzo de 2008
130 de 145 usuarios han encontrado esta crítica útil
El protagonista de nuestra historia no se ruboriza ante una mujer sino ante su propia imagen vista en un espejo.
Mientras el uniforme le pertenezca, su seguridad y autoestima no conocen fisuras. Para él, la felicidad reside en las cosas, no en las personas, y no porque sea una victima del materialismo,sino porque de ello depende su posición social y familiar. Cosas tan pequeñas como un uniforme o una cuenta bancaria son suficientes para que haga oídos sordos al dolor y al sufrimiento del mundo. El portero idolatra ese poder que le da esa agradable sensación de fortaleza, que proviene de la ilusoria identificación con los poderosos.
Para subrayar estas características, el portero es contrastado con el sereno del hotel. Este parece conocer la piedad y la solidaridad. Su generosidad es sencilla y tierna. El sabe vivir con lo que tiene. El portero cree vivir en una drástica sociedad binaria (como en su sueño: el ascensor que sube o baja, el limpiaparabrisas que gira hacia izquierda y derecha, las puertas giratorias que tragan o escupen gente) en la que solo existen dos alternativas: la buena vida de las posesiones materiales o la depresión ante la perdida de dichas posesiones.
Lo que Murnau (y compañía) nos quiere trasmitir queda claro. Las miserias del capitalismo, egoísta y ciego, terminan por arruinar la sociedad, que ha perdido la piedad y la compasión. Las cosas sustituyen a los hombres. Sus propios emblemas los acaban matando. Incluso las clases más bajas entran en su juego, admirando a los que tienen poder y mofándose de quienes lo pierden.
Mientras el uniforme le pertenezca, su seguridad y autoestima no conocen fisuras. Para él, la felicidad reside en las cosas, no en las personas, y no porque sea una victima del materialismo,sino porque de ello depende su posición social y familiar. Cosas tan pequeñas como un uniforme o una cuenta bancaria son suficientes para que haga oídos sordos al dolor y al sufrimiento del mundo. El portero idolatra ese poder que le da esa agradable sensación de fortaleza, que proviene de la ilusoria identificación con los poderosos.
Para subrayar estas características, el portero es contrastado con el sereno del hotel. Este parece conocer la piedad y la solidaridad. Su generosidad es sencilla y tierna. El sabe vivir con lo que tiene. El portero cree vivir en una drástica sociedad binaria (como en su sueño: el ascensor que sube o baja, el limpiaparabrisas que gira hacia izquierda y derecha, las puertas giratorias que tragan o escupen gente) en la que solo existen dos alternativas: la buena vida de las posesiones materiales o la depresión ante la perdida de dichas posesiones.
Lo que Murnau (y compañía) nos quiere trasmitir queda claro. Las miserias del capitalismo, egoísta y ciego, terminan por arruinar la sociedad, que ha perdido la piedad y la compasión. Las cosas sustituyen a los hombres. Sus propios emblemas los acaban matando. Incluso las clases más bajas entran en su juego, admirando a los que tienen poder y mofándose de quienes lo pierden.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Y es que, si hubiera que elegir una película en el que se contase con mayor claridad las miserias de este sistema esa seria El último. Y, curiosamente, el mejor ejemplo de ello es el happy end impuesto por la UFA, que no veía con buenos ojos que, además de los múltiples y costosos experimentos que se realizaron en esta película, el final trágico hiciera de ella un fracaso en taquilla. Este final es tan absolutamente inverosímil que nadie se lo traga, quedando claro que, como mucho, es una fantasía. Así, Murnau y compañía demostraron como, con un poco de pericia y un mucho de talento, se puede dar una vuelta de rosca a las imposiciones. El azar del destino, en este caso presentado en forma de herencia, convierte a nuestro protagonista en un millonario. Este se permite el lujo de comer en el hotel donde antes era un mero empleado. Allí hará una demostración de sus toscos modales. No importa lo vulgar que sea, ya que posee lo único verdaderamente necesario para estar entre la clase alta: dinero.