Media votos
7,0
Votos
2.208
Críticas
1.745
Listas
37
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Mis críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Vivoleyendo:
7
7,1
2.272
Comedia. Drama. Romance
Nikander es un conductor de un camión de la basura, que una noche verá como su vida se complica al morirse su compañero de trabajo. Además, se enamora de Ilona, una cajera de un supermercado. Primera entrega de "La trilogía del proletariado" que se compone además de "Ariel" y "La chica de la fábrica de cerillas." (FILMAFFINITY)
17 de julio de 2008
72 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
La gran mayoría de directores de cine se fijan, para sus papeles principales, en policías, detectives, mafiosos, gángsters, delincuentes, criminales, ejecutivos, empresarios, políticos, abogados, científicos, médicos... En general, sus protagonistas suelen tener profesiones rimbombantes, llamativas; digamos que son de esas profesiones que poseen lo que se denomina "cachet".
A pocos se les podría ocurrir mirar un poco más abajo, al montón simple y corriente de la gran mayoría, y colocar como personaje principal a un empleado de una empresa de recogida de basuras. A un basurero, vaya. Y lograr que éste no sea el clásico bufoncillo pringado y un poco penoso que va mendigando glamour por las esquinas.
A Aki Kaurismäki sí se le ocurría la eventualidad de elegir a un protagonista con una profesión de las consideradas poco gratas y dignas y dejarle rienda suelta para moverse dentro de su ámbito de aparente mediocridad. Poco le importaba al finlandés que a sus actores y actrices no los conociera nadie, que sus guiones no fuesen un despilfarro de grandiosidad, ni que toda la atmósfera estuviese inundada de una sencillez que tiene la virtud de evocar en el espectador ese tacto familiar y conocido de las zapatillas de andar por casa.
Firmando una historia libre de efectismos y de artificiosidades, Kaurismäki se desplaza como pez en el agua por la periferia, no exige unos grandes registros interpretativos pero consigue que los personajes sean auténticos, reales, como ese vecino de la puerta de al lado, como ese cartero que va distribuyendo el correo, como ese repartidor del pan que todos los días se pasa a dejarte los bollos y te pregunta por la familia. O como ese basurero que pasa a las horas más intempestivas en el maloliente camión, recogiendo los desperdicios de los contenedores.
¿Qué puede ofrecer de interesante un trabajador solitario, sin ambiciones, sin aspiraciones elevadas, cuyo horizonte viene marcado por el trazado de calles anónimas, por las paredes de una vivienda extremadamente modesta, y por su transcurrir ordinario como una isla en medio de un mar casi desierto?
Trabajar, comer, fumar, pensar, hablar poco, dormir. Poco más que eso.
Y sin embargo, pese a tan poco... Una no tiene la sensación de estar ante un espectáculo vacío. Hay algo. Hay vida. Tal vez no sea una vida repleta de aventura y fantasía, pero es la vida que a muchos les toca.
A pocos se les podría ocurrir mirar un poco más abajo, al montón simple y corriente de la gran mayoría, y colocar como personaje principal a un empleado de una empresa de recogida de basuras. A un basurero, vaya. Y lograr que éste no sea el clásico bufoncillo pringado y un poco penoso que va mendigando glamour por las esquinas.
A Aki Kaurismäki sí se le ocurría la eventualidad de elegir a un protagonista con una profesión de las consideradas poco gratas y dignas y dejarle rienda suelta para moverse dentro de su ámbito de aparente mediocridad. Poco le importaba al finlandés que a sus actores y actrices no los conociera nadie, que sus guiones no fuesen un despilfarro de grandiosidad, ni que toda la atmósfera estuviese inundada de una sencillez que tiene la virtud de evocar en el espectador ese tacto familiar y conocido de las zapatillas de andar por casa.
Firmando una historia libre de efectismos y de artificiosidades, Kaurismäki se desplaza como pez en el agua por la periferia, no exige unos grandes registros interpretativos pero consigue que los personajes sean auténticos, reales, como ese vecino de la puerta de al lado, como ese cartero que va distribuyendo el correo, como ese repartidor del pan que todos los días se pasa a dejarte los bollos y te pregunta por la familia. O como ese basurero que pasa a las horas más intempestivas en el maloliente camión, recogiendo los desperdicios de los contenedores.
¿Qué puede ofrecer de interesante un trabajador solitario, sin ambiciones, sin aspiraciones elevadas, cuyo horizonte viene marcado por el trazado de calles anónimas, por las paredes de una vivienda extremadamente modesta, y por su transcurrir ordinario como una isla en medio de un mar casi desierto?
Trabajar, comer, fumar, pensar, hablar poco, dormir. Poco más que eso.
Y sin embargo, pese a tan poco... Una no tiene la sensación de estar ante un espectáculo vacío. Hay algo. Hay vida. Tal vez no sea una vida repleta de aventura y fantasía, pero es la vida que a muchos les toca.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Y siempre existe una pequeña magia, incluso en las cosas más diminutas, más insignificantes.
Y a veces se encuentra algo que te hace sentir que existen cosas por las que vale la pena dejarlo todo y volver a empezar. Como esa mujer que conociste en un supermercado y que te roba el aliento, sin que tú sepas muy bien por qué. No es muy guapa, no es muy alegre, no es muy habladora, no tiene apenas más que su propia persona y lo que lleva a cuestas. Más o menos como tú mismo. No eres muy guapo, no eres muy alegre, no eres muy hablador, no tienes apenas más que tu propia persona y lo que llevas a cuestas.
No sabes por qué, aunque lo disimules (y eres un experto en esconder tus emociones), ella es el motivo de que salgas pitando del trabajo y vayas a recogerla para llevarla a cualquier sitio que no es del otro mundo, y todo el tiempo estés deseando decirle esas tonterías que piensas pero que no dices nunca, y deseando cogerla de la mano, besarla y llevártela a la cama.
Todo eso es suficiente para que tu corazón palpite con más brío, aunque estás tan acostumbrado a estar solo (y ella también) que te cuesta adaptarte a la nueva situación, lo mismo que le ocurre a ella. Titubeos, desencuentros, idas y venidas... Y todo porque somos un cúmulo de miedos e inseguridades.
No hay mucho más... Pero lo es todo.
Con esa música de la que solemos escuchar en la radio a ratos perdidos, aquellos discos de vinilo acariciados por una aguja parsimoniosa, los silencios del aire cargado de humildes promesas y de humo. Y un impreciso sueño que viaja más allá del mar.
Y a veces se encuentra algo que te hace sentir que existen cosas por las que vale la pena dejarlo todo y volver a empezar. Como esa mujer que conociste en un supermercado y que te roba el aliento, sin que tú sepas muy bien por qué. No es muy guapa, no es muy alegre, no es muy habladora, no tiene apenas más que su propia persona y lo que lleva a cuestas. Más o menos como tú mismo. No eres muy guapo, no eres muy alegre, no eres muy hablador, no tienes apenas más que tu propia persona y lo que llevas a cuestas.
No sabes por qué, aunque lo disimules (y eres un experto en esconder tus emociones), ella es el motivo de que salgas pitando del trabajo y vayas a recogerla para llevarla a cualquier sitio que no es del otro mundo, y todo el tiempo estés deseando decirle esas tonterías que piensas pero que no dices nunca, y deseando cogerla de la mano, besarla y llevártela a la cama.
Todo eso es suficiente para que tu corazón palpite con más brío, aunque estás tan acostumbrado a estar solo (y ella también) que te cuesta adaptarte a la nueva situación, lo mismo que le ocurre a ella. Titubeos, desencuentros, idas y venidas... Y todo porque somos un cúmulo de miedos e inseguridades.
No hay mucho más... Pero lo es todo.
Con esa música de la que solemos escuchar en la radio a ratos perdidos, aquellos discos de vinilo acariciados por una aguja parsimoniosa, los silencios del aire cargado de humildes promesas y de humo. Y un impreciso sueño que viaja más allá del mar.