Contundente cinta cómica con trasfondo crítico sobre la responsabilidad en la paternidad, y que demuestra a las claras que familia y trabajo muchas veces no van de la mano si no se toman los recaudos necesarios.
Es fuerte el mensaje crítico de cómo se abusa en la sociedad del uso de la mentira para acomodar situaciones y como estrategia para desplegar la más solapada hipocresía. Además deja latente el concepto de lo dificultoso que resulta el desenvolvernos sin dobleces ni falsedades.
El filme resulta entrañable si logramos lograr empatía con esa relación paterno-filial, donde un crío espera insistentemente la retribución amorosa de su padre a pesar de ser defraudado en varias ocasiones.
Es una cinta sensible y pícara a la vez, capaz de lograr fácilmente lágrimas y carcajadas y de cambiarnos el estado de ánimo en breves periodos de tiempo.
También es menester mencionar que la cinta no decae nunca en intensidad, hay un gran dinamismo en su corto metraje y las variantes del guión son extremadamente ocurrentes donde la picardía incisiva está siempre presente.
La efectividad cómica está garantizada porque gozamos de un Jim Carrey en su mejor época y con todas las luces encendidas. Su despliegue físico y gestual resulta desternillante, su carisma acapara la atención en la pantalla donde todo lo demás se opaca ante tamaña interpretación y protagonismo. Algo que siempre rescato de este actor, y en este caso se evidencia bastante, es su capacidad de hacernos emocionar con sus registros dramáticos y hacernos desarmar de la risa con sus morisquetas.
Es cierto que en ocasiones resulte algo exagerada y teatralizada, pero es absolutamente contundente en su doble intencionalidad: tanto en la cómica como en la crítica reflexiva hacia las crisis familiares.