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Voto de Servadac:
8
8,0
2.066
Drama
La historia relata gradualmente los problemas de una granja colectiva durante unos pocos días de otoño en los años de la Hungría post-comunista, observada desde la perspectiva de distintos personajes. (FILMAFFINITY)
4 de enero de 2010
149 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para narrar la trayectoria que va del punto A hasta el punto B, la convención formal señala que es preciso mostrar uno o dos puntos intermedios.
David Lynch, en sus mejores cintas, suprime los enlaces. Nos muestra el punto A y el punto B, desordenados y desnudos. Nace así su imagen pura, heredera de Hitchcock. Fascina y desconcierta. Los analistas de historias reciben un rompecabezas cuya resolución procura un placer tibio. Los sensuales, reciben el don de la ebriedad, placer en vena ilimitado. Los hay, naturalmente, que declinan entrar en ese juego; bostezan y se salen de la cinta.
Para narrar la trayectoria que va del punto A hasta el punto B, Béla Tarr nos muestra todo el intervalo. El camino es irreducible a sus momentos decisivos. No puede resumirse. Cada paso, aislado, es irrelevante. E imprescindible para conocer la suma total del recorrido.
David Lynch nos ofrece el resultado de la suma, apuesta por la intensidad. Béla Tarr nos dice que la suma es una serie inacabable de momentos repetidos. Apuesta por el círculo fatal.
Lynch retrata noblemente nuestra angustia. Tarr ofrece cabalmente la desolación.
Aunque, de momento, disfruto más con el primero, ambos extremos me complacen.
===
Sátántangó es el mar en el que desemboca la corriente algo menor de ‘La condena’. Es el retrato de la espera indefinida. Una espera tan antigua como el hombre, tan bíblica como el diluvio universal. Tan triste y tan anciana como el mundo.
Tarr se pregunta en esta cinta: ¿Cuál es la línea que separa el cielo de la tierra, lo oscuro de la luz? ¿Qué diferencia al hombre de la bestia?
David Lynch, en sus mejores cintas, suprime los enlaces. Nos muestra el punto A y el punto B, desordenados y desnudos. Nace así su imagen pura, heredera de Hitchcock. Fascina y desconcierta. Los analistas de historias reciben un rompecabezas cuya resolución procura un placer tibio. Los sensuales, reciben el don de la ebriedad, placer en vena ilimitado. Los hay, naturalmente, que declinan entrar en ese juego; bostezan y se salen de la cinta.
Para narrar la trayectoria que va del punto A hasta el punto B, Béla Tarr nos muestra todo el intervalo. El camino es irreducible a sus momentos decisivos. No puede resumirse. Cada paso, aislado, es irrelevante. E imprescindible para conocer la suma total del recorrido.
David Lynch nos ofrece el resultado de la suma, apuesta por la intensidad. Béla Tarr nos dice que la suma es una serie inacabable de momentos repetidos. Apuesta por el círculo fatal.
Lynch retrata noblemente nuestra angustia. Tarr ofrece cabalmente la desolación.
Aunque, de momento, disfruto más con el primero, ambos extremos me complacen.
===
Sátántangó es el mar en el que desemboca la corriente algo menor de ‘La condena’. Es el retrato de la espera indefinida. Una espera tan antigua como el hombre, tan bíblica como el diluvio universal. Tan triste y tan anciana como el mundo.
Tarr se pregunta en esta cinta: ¿Cuál es la línea que separa el cielo de la tierra, lo oscuro de la luz? ¿Qué diferencia al hombre de la bestia?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
[Animales]
Las vacas, los granjeros.
Los caballos pulcros en un escenario palaciego. La jerarquía dominante.
El vigilante, preso dentro de sí mismo. El cerdo que se observa en la ventana.
El gato maltratado está en la propia niña que lo inmola y se suicida.
En un primer momento, pensamos que Irimías es Satán. Pero no es cierto. Es sólo su profeta. Satán es el trabajo lento y silencioso de la araña. Como Moisés, el tartamudo, tiene un defecto en la dicción (un leve ceceo). Utiliza la muerte de la niña para embaucar al auditorio de granjeros.
Los cazadores de hombres son burócratas.
===
En lo visual, abundan los huecos, las ventanas. En un principio, con visillos, como si hubiera algo que esconder. Después, sólo cristal. Y, finalmente, agujeros abiertos. Los interiores, umbríos, hacen que, por sobreexposición, las oquedades de luz parezcan deslumbrantes. ¡Hay luz al otro lado!
Pero al otro lado reina la misma oscuridad, grisácea e indolente.
===
[Dos secuencias]
1) El doctor vigilante, en su odisea para llenar la garrafa de brandy de frutas, se desvía. Visita a dos prostitutas de las que era cliente habitual. No hace nada con ellas y se marcha. ¿Para qué ese desvío con lo que le cuesta al hombre dar un paso?
Al ir, vemos un agujero (una trampilla) de la que salen unas voces. Pensamos: ¿qué será? Tras un rodeo penoso, el doctor llega al otro lado. Al otro lado están charlando las dos meretrices. Vemos, de nuevo, el hueco (la trampilla). Eso es lo que hay al otro lado. Tanto si nos situamos a un lado como al otro del misterio, el misterio siempre queda en la otra parte. Y en un mundo sin Dios, la nada es el misterio.
2) Una toma circular y cenital en la que se nos muestra a los granjeros dormidos mientras una voz en off nos dice lo que sueñan.
===
¿Cómo hacer que el espectador se olvide de la historia y se sumerja en la pureza del sonido y de la imagen?
Lynch marea y descoloca los fragmentos.
Tarr hace justo lo contrario. Reduce la historia a un mínimo pretexto argumental (se puede resumir en una sola línea: Irimías, en connivencia con la autoridad, engaña y estafa a un puñado de granjeros, que serán previsiblemente encarcelados) y estira el tempo de la narración. Como consecuencia, la historia se ahoga en el mar de metraje y nos centramos en la imagen y el sonido.
===
Suena la campana en una iglesia. Un individuo grita: ¡Que vienen los turcos, que vienen los turcos! (Ha de entenderse: los infieles).
La exclamación es irónica. En un mundo sin Dios, qué más dará que vengan los infieles. En un mundo sin Dios, Satán lo ocupa todo. Tarr lo resume con la imagen de un páramo encharcado, semejante a la tela de una araña.
Entonces, ¿la única salida es la embriaguez?
El último fragmento se titula ‘No hay salida’.
===
El vigilante tapia la ventana y se hace la completa oscuridad.
Las vacas, los granjeros.
Los caballos pulcros en un escenario palaciego. La jerarquía dominante.
El vigilante, preso dentro de sí mismo. El cerdo que se observa en la ventana.
El gato maltratado está en la propia niña que lo inmola y se suicida.
En un primer momento, pensamos que Irimías es Satán. Pero no es cierto. Es sólo su profeta. Satán es el trabajo lento y silencioso de la araña. Como Moisés, el tartamudo, tiene un defecto en la dicción (un leve ceceo). Utiliza la muerte de la niña para embaucar al auditorio de granjeros.
Los cazadores de hombres son burócratas.
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En lo visual, abundan los huecos, las ventanas. En un principio, con visillos, como si hubiera algo que esconder. Después, sólo cristal. Y, finalmente, agujeros abiertos. Los interiores, umbríos, hacen que, por sobreexposición, las oquedades de luz parezcan deslumbrantes. ¡Hay luz al otro lado!
Pero al otro lado reina la misma oscuridad, grisácea e indolente.
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[Dos secuencias]
1) El doctor vigilante, en su odisea para llenar la garrafa de brandy de frutas, se desvía. Visita a dos prostitutas de las que era cliente habitual. No hace nada con ellas y se marcha. ¿Para qué ese desvío con lo que le cuesta al hombre dar un paso?
Al ir, vemos un agujero (una trampilla) de la que salen unas voces. Pensamos: ¿qué será? Tras un rodeo penoso, el doctor llega al otro lado. Al otro lado están charlando las dos meretrices. Vemos, de nuevo, el hueco (la trampilla). Eso es lo que hay al otro lado. Tanto si nos situamos a un lado como al otro del misterio, el misterio siempre queda en la otra parte. Y en un mundo sin Dios, la nada es el misterio.
2) Una toma circular y cenital en la que se nos muestra a los granjeros dormidos mientras una voz en off nos dice lo que sueñan.
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¿Cómo hacer que el espectador se olvide de la historia y se sumerja en la pureza del sonido y de la imagen?
Lynch marea y descoloca los fragmentos.
Tarr hace justo lo contrario. Reduce la historia a un mínimo pretexto argumental (se puede resumir en una sola línea: Irimías, en connivencia con la autoridad, engaña y estafa a un puñado de granjeros, que serán previsiblemente encarcelados) y estira el tempo de la narración. Como consecuencia, la historia se ahoga en el mar de metraje y nos centramos en la imagen y el sonido.
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Suena la campana en una iglesia. Un individuo grita: ¡Que vienen los turcos, que vienen los turcos! (Ha de entenderse: los infieles).
La exclamación es irónica. En un mundo sin Dios, qué más dará que vengan los infieles. En un mundo sin Dios, Satán lo ocupa todo. Tarr lo resume con la imagen de un páramo encharcado, semejante a la tela de una araña.
Entonces, ¿la única salida es la embriaguez?
El último fragmento se titula ‘No hay salida’.
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El vigilante tapia la ventana y se hace la completa oscuridad.