Nos encontramos ante una película diferente. Prácticamente toda la trama transcurre en una sala de una empresa, donde varios candidatos a un puesto de trabajo luchan por él, reaccionando de diversas maneras a las pruebas a las cuales son sometidos.
La película engancha por la variedad de personajes, y hace que te identifiques con casi todos ellos en algún momento del metraje, y que te pongas en su lugar, teniendo de este modo una parte interactiva muy interesante. El casting es perfecto, con unos actores escogidos a conciencia basándose en las personalidades de los aspirantes, y todos están extraordinarios, destacando Eduard Fernández, Pablo Echarri y Ernesto Alterio, al que el papel de chico inseguro le viene estupendamente, protagonizando los diálogos más divertidos.
Quizá el final sea un poco confuso y rebaje un tanto la calidad del film, pero está totalmente compensado con una primera hora sencillamente maravillosa, que mantiene en tensión con un guión ágil, real, crudo, ingenioso, con giros y que estimula al espectador haciendo pensar en las distintas actitudes observadas en pantalla.
Por ello es importante señalar también que la película tiene muchos análisis posibles además de los puramente cinematográficos, sean filosóficos o psicológicos, que la enriquecen aún más.
Imprescindible.

Es esta una de las obras cinematográficas más poéticas que se ha hecho nunca, llena de simbolismos e imágenes imborrables.
Como sobrecogedor se puede calificar el modo en que Erice nos muestra el despertar de la infancia, en ese momento en el que la inocencia preside todos los actos, a través de los ojos de una niña que necesita evadirse de una sociedad cuadriculada como los paneles llenos de abejas que maneja su padre. Refleja la película fundamentalmente sus primeros acercamientos a la muerte, tanto en su tratamiento frívolo como en el emocional, y cómo orienta esos sentimientos para dar rienda suelta a la imaginación, ayudada por el cine, por una película que ella ve en el pueblo.
Todo ello lo narra el director con un ritmo pausado, coherente con lo que nos quiere contar, y aderezándolo con bellos planos y música ensoñadora.
Ana Torrent realiza una actuación impropia de una niña de su edad, y el resto del elenco cumple sobradamente con la misión de transportarnos a los tiempos de la posguerra.

A veces en la sencillez radica la perfección. Ahí estuvo el acierto de su versión original: concisa, sin pausa y no menos impactante. Excesiva en todos los sentidos, la nueva y grandiosa apuesta de Peter Jackson se queda en agua de borrajas, y pasará a las manos del olvido en un breve período de tiempo. El irrefrenable impulso del director de incluir una interminable serie de efectismos y tópicos propios del cine más "palomitero" acaban lastrando la película. Y si a ello le sumamos un puñado de secuencias más que prescindibles (algunas de ellas irrisorias), y varios personajes absolutamente innecesarios, el resultado no puede ser bueno. No llega a conmover en ningún momento pese a la cargante intensidad con que lo pretende, especialmente en su parte final, y toda su valía se sustenta en la espectacularidad de sus imágenes, principalmente las de acción, y la belleza de algunos planos protagonizados, en su inmensa mayoría, por el propio King Kong.

Hay directores que, amparados en la equivocada necesidad de mantener un estilo propio creado con anterioridad (o adaptado de otros), manchan su trayectoria por culpa de la repetición. Es éste el caso de Alejandro González-Iñárritu, que exprime la tan manida estructura, no sólo por él, de mezclar historias que convergen por azarosas circunstancias.
Ciñéndonos a esta película, y a diferencia de sus anteriores obras, falla en el ensamblaje y una de las historias no termina de encajar, impidiendo focalizar la atención del espectador en la parte central del argumento, aquella que hace pensar en la dificultad de la comunicación, los contrastes culturales, el miedo, odio, desconfianza y, claro, el amor, interrelacionándolo todo dentro del caos de nuestros tiempos.
Cabe destacar la soberbia actuación del reparto tan internacional del film, una utilización de la música ejemplar y un excelente montaje, lo que produce, pese a su irregularidad, un puñado de imágenes que perduran.