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Críticas de Alhy Wood
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Críticas 6
Críticas ordenadas por utilidad
4
28 de febrero de 2021
53 de 89 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una escena de Druk, el profesor Mads Mikkelsen propone un ejercicio inusual y provocador a sus alumnxs. Ante tres ejemplos de líderes cuyo nombre no revela (dos de ellos alcohólicos reconocidos y, aparentemente, muy cuestionables en todos los aspectos), lxs chicxs deben escoger al que consideran más idóneo para gobernar. Pero, mientras tanto, desde el otro lado de la pantalla, muchxs de lxs estudiantes de Vinterberg, o séase el público, ya conocemos ese famoso ejercicio. Lleva siendo un popular meme durante años. Por lo tanto, sabemos, instantáneamente, que lxs adolescentes escogerán al único abstemio del trío: Hitler. Y así es. El problema de Druk es que Vinterberg la plantea como ese mítico triple “compare and contrast” con la intención de desafiarnos, incomodarnos y descubrirnos algo nuevo, cuando, en realidad… ya nos la sabíamos.

La premisa es atrevida y más que interesante. Cuatro profesores infelizmente asentados en sus rutinas y aburridamente aburguesados, como tratamiento de choque contra la crisis de mediana edad (atención: según Vinterberg, a los 40 años, exactos, nos convertimos en calabazas. Ni un día más, ni un día menos. ¡Mentalizaos, chavalxs!), deciden someterse a un experimento psicológico: obligarse a mantener una tasa fija de alcohol en sangre durante el tiempo que dura una jornada laboral y permitir que ese experimento se extienda a todas las facetas de su vida. El objetivo, por lo tanto, no es beber por placer, por curiosidad científica o por pasar el rato. Los 4 protagonistas se convierten en “refutadores”, en aventureros etílicos, en exploradores de límites. Y con sus 4 intérpretes entregados y en constante estado de gracia resulta difícil no acompañarlos como testigos presenciales.

Sin embargo, a medida que nos aproximamos a la mitad del metraje, descubrimos que Vinterberg, ya no parece tan seguro a los mandos del vehículo cuesta abajo y sin frenos que parecía pilotar. Y antes de darnos cuenta, no solo reduce la velocidad del mismo, sino que realiza un decepcionante y conservador viraje y se adentra en la cómoda y familiar autopista. Y minutos después, el desenlace confirma, tristemente, que una obra que prometía ser rompedora, irreverente y profundamente nihilista, no es más que otro relato cobarde, tramposo y complaciente atrapado en la falacia del punto medio. Más de dos horas de intenso experimento para confirmarnos lo que todo el mundo creía saber desde el principio: los excesos tienen consecuencias y pasan factura; sin embargo, beber, con moderación, no solo no es “malo”, sino que hace la vida soportable. Pues vale.

¿Dónde queda la deconstrucción de la omnipresente, falsa y machista cultura del alcohol? Todos y cada un]]o de los personajes protagonistas y secundarios con peso de Druk son hombres y no hay ninguna intención de crítica social en suspender el test de Bechdel. [Continúa en spoiler]

Confieso que, en mi caso, como espectadora y como mujer, me siento fuera del film durante buena parte del metraje. A ratos, me resulta, incluso, errático e irritante. Observo los excesos etílicos desde una distancia que sobrepasa los límites del bosque, tanto en la gran pantalla como en el mundo real, y las carcajadas burlonas y cómplices del público se transforman en escalofríos en mi radar de psicóloga. Una vez más, entristece y preocupa ver lo extendida, celebrada e idealizada, lo profundamente enraizada y nada cuestionada que está, en nuestra sociedad y nuestra psique, la cultura alcohojil. Pero no creo que haya que tener (o haber tenido) una relación lúdico-desinhibidora-escapista con el alcohol y/o haber construido parte de tu “yo social” mediante la bebida milenaria, para valorar un filme que promete bastante más de lo que ofrece (hay algún crítico que ya habla de la paradoja Vinterberg). Esperemos que, en el futuro, el cineasta danés nos sorprenda para bien, pero, en esta ocasión, Thomas, in vino non veritas.
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Alhy Wood
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5
22 de enero de 2020
24 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mi ejemplar de Penguin Classics de "Little Women", como el de Joey Tribbiani, también se encuentra en el congelador, aunque solo metafóricamente hablando. He intentado leerlo en un par de ocasiones y, tristemente, he fracasado en ambas (Que me perdonen lxs fans de Louisa May Alcott, pero nunca soy capaz de pasar del primer tercio de la novela). No ha ocurrido así, sin embargo, con las versiones cinematográficas. Todas las “Jo and her sisters” filmadas hasta la fecha han pasado por mis retinas, especialmente la del 94, dirigida por Gilliam Armstrong, film que he visto en más de una ocasión.

Cuando se hizo pública la noticia de que Greta Gerwig iba a dirigir la última adaptación del clásico literario (y feminista), las dudas sobre la necesidad de otro remake se disiparon, en parte. Resultaba difícil no adorar a Gerwig tras su debut como directora en "Lady Bird" y, ante un muy prometedor casting, pocxs dudaban de que pudiera salir un film, cuanto menos, resultón. Ay…

¿Y qué aporta esta ultimísima versión? Greta ha tomado la historia de las hermanas March y la ha desmontado, como un puzzle cuyas piezas se van mostrando a través de continuos saltos temporales (y, en ocasiones, en forma de montaje paralelo entre el pasado y el presente). El film comienza por la penúltima parte de la historia y, a través de flashbacks, regresa a los momentos más icónicos de la novela de Louisa May Alcott hasta culminar con el the end. ¿Es este recurso negativo en sí mismo? No. ¿Funciona en esta ocasión? Pues tampoco. Y no lo hace porque la película, a pesar de una duración desproporcionada, no ha sido capaz de crear una construcción dramática suficientemente elaborada de la historia como para que los momentos más emotivos y dramáticos calen y tengan una fuerza similar a versiones anteriores. De hecho, si no contara con la complicidad de lxs espectadorxs que ya conocemos ampliamente el material original, la película no se sostendría. Y cuando un film necesita de cierto bagaje y que su público acuda con los deberes hechos, algo importante falla (cualquier centennial que se acerque por primera vez al material a través de este film se perderá parte de la esencia y demasiados matices de "Mujercitas").

Continúa en la spoiler zone...
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Alhy Wood
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6
23 de enero de 2020
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos programadxs para empatizar con el horror. (Casi) ningunx de lxs presentes ha vivido una guerra y cuando esta se nos muestra en toda su terrorífica y despiadada crudeza, solo unos rasgos psicopáticos podrían evitar el contagio emocional. 1917 va directa a las tripas, sin ningún tipo de misericordia, tomando como uno de sus desvíos el corazón. La cabeza, la tercera diana, es lo de menos. Lo importante es la experiencia.

Y lo consigue. Desde el primer segundo la inmersión es absoluta. Estos dos jóvenes soldados protagonistas, de los que apenas sabemos nada, nos caen bien desde el principio (¿cómo no hacerlo si a uno de ellos se le ilumina el rostro al saber que su amada perrita ha tenido cachorros?). Es espectáculo visual es tan apabullante, que bloqueamos la suspensión of disbelief cuando a los inexpertos y algo pardillos muchachos se les asigna una misión suicida de la que dependen nada menos que 1.600 vidas. ¿Qué más da ese pequeño WTF? cuando el barro te llega a las rodillas, tiritas de frío, hueles la pestilencia de los cadáveres y te rodea un ejército de ratas casi tan implacable como el enemigo?

[A partir de aquí, sigue en la spoiler zone con más momentos destripados de 1917 que cortes del falso plano secuencia del film].
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Alhy Wood
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8
22 de enero de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De todas las películas vistas en la última edición del Festival de San Sebastián, la única que no he conseguido quitarme de la cabeza, durante semanas, ha sido, para mi sorpresa, Light of my life, la cinta escrita, protagonizada y dirigida por Casey Affleck. ¿Por qué? ¿Acaso se trata del mejor film de la edición? En mi modesta opinión, rotundamente no. Entonces, ¿qué posee que la hace tan memorable?

Mi primera impresión fue de decepción. La premisa de un mundo en el que casi la totalidad de las mujeres del planeta (¿el 99’9?) habían sido diezmadas por una pandemia letal era fascinante y terrorífica al mismo tiempo, pero Affleck, sin embargo, no la aprovechaba, ni la desarrollaba en todo su jugosísimo potencial. Desde el comienzo del film, interesaba más el elemento emocional del potente vinculo padre-hija que el distópico y había demasiados elementos de ese mundo horripilante que no se mostraban y que nos habría gustado conocer (¿en una serie quizá?). A primera vista, parecía, por lo tanto, que Light of my life era la heredera anémica de pesos pesados del género como The Road y Children of Men, con las que comparte, además, similitudes conceptuales y estéticas.

Varios días de digestión cinematográfica más tarde, caí en la cuenta de que el elemento distópico, a Affleck, en realidad, le interesa bien poco. El marco postapocalíptico solo es la excusa metafórica o el McGuffin para lanzar al mundo el mensaje que realmente le interesa: Protect womanhood no matter what. Protejamos la femineidad cueste lo que cueste.

Bien sea fruto de un sentido acto de expiación o de un “#MeTooWashing” de manual, lo cierto es que el segundo film de hermano pequeño de Ben (el primero fue ese extraño experimento titulado I’m Still Here) tiene una carga emotiva y un calado desarmantes. En la relación que mantienen este sufrido y atormentado padre y su hija preadolescente (una impresionante Anna Pniowsky), huyendo de la violencia y toxicidad de la mitad de la humanidad, encontramos oro puro. Affleck nos habla, casi sin darnos cuenta, entre otras cosas, del robo del rol protagónico que le corresponde, desde siempre, a la mujer en este desequilibrado mundo; de la importancia de la armonía entre las naturalezas masculina y femenina, no solo en todos los ámbitos de la sociedad, sino en cada unx de nosotrxs; de la responsabilidad que el sistema patriarcal, en su conjunto, tiene en la (mala) educación de las mujeres (y de los hombres); y sobre todo, del compromiso de la masculinidad, de la figura del padre, en el desarrollo psicológico de las niñas, además del rol vital que desempeñan en la construcción de su autoestima y en la imagen que tienen (y proyectan) de sí mismas.

El gran drama de este padre-madre forzoso que nunca abandona su rol de educador y storyteller es: ¿Cómo proteger a mi hija de aquellos que son como yo? ¿qué armas proporcionar a esta futura mujer para desarrollarse y ser libre, confiada y empoderada en un mundo desproporcionada, injusta y abrumadoramente masculino? Y la respuesta tal vez sea mucho más sencilla de lo que él cree: (sigue en la spoiler zone) *

Decía Eduardo Galeano “Vuela torcida la humanidad, pájaro de un ala sola”. Light of my life nos muestra, como sociedad, desde su gris, inhóspito y pesimista marco distópico, la urgencia apremiante de incorporar a nuestro actual (e imposible) vuelo su mutilado, valioso e imprescindible ala.

“Nolite te bastardes carborundorum”.


ifyouneedmewhistle.wordpress.com

*
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Alhy Wood
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8
8 de marzo de 2021
0 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Puede parecer que no hay nada más desafiante que ver la ópera prima de Dea Kulumbegashvili. Error. Existe algo aún más complicado: escribir sobre ella. Beginning es tan desarmantemente cruda, incómoda, hermética y compleja, y posee tantas posibles lecturas, que abruma. ¿Qué nos quiere contar realmente la directora georgiana a través de sus largos planos fijos, sus fuera de campo y el constante y muy exigente desafío a nuestra paciencia? Recordé, entonces, lo que aconsejan lxs nuevxs docentes a sus alumnxs al asomarse por primera vez a un poema. En lugar del clásico y frustrante “¿qué nos quiere decir la/el autor/a?, habría que plantearlo como un “¿qué significa este poema para ti? Polarizaciones de la crítica, premios, polémicas y análisis sesudos aparte, ¿qué significa Beginning para mí?

Y es que tal vez la clave que nos permite, bien quedarnos pegadxs a la butaca, o bien frustrarnos y distanciarnos; lo que determina si la propuesta de Kulumbegashvili compensa o no nuestro (a veces, considerable) esfuerzo, es que se nos obliga a interpretar todo lo que no vemos fuera de plano. En definitiva, a convertimos en co-guionistas del film que estamos viendo, tanto si ese rol nos gusta como si no. En mi caso, lo que realmente me resuena de todos los “fuera de”, es la violenta invasión-anulación de lo femenino perpetrada por lo peor de lo masculino, aka el injusto, opresivo y rancio sistema patriarcal.

El film nos muestra el asedio del personaje de Yana (inmensa Ia Sukhitashvili) en todas sus formas: invasión (del espacio) de la fe, de la seguridad del hogar, de la feminidad, de la voluntad, del cuerpo, de la libertad, del espíritu… Incluso vemos, en una escena aparentemente anodina (y es que no hay nada gratuito en el film de Kulumbegashvili), cómo la protagonista, al viajar sentada en un trasporte público, es acosada, en un ejercicio alternativo de manspreading, por una mano masculina que ocupa el lugar donde debería descansar su cabeza. La directora georgiana parece decirnos, una y otra vez, sin sutilezas, y con un nihilismo rotundo, seco y doloroso, que no hay lugar donde refugiarse. No hay descanso. No hay salida. Y sus escenas se clavan en la retina y duelen. La violencia fuera de campo es tan descarnada y asfixiante que obliga a redefinir, reconstruir y prestar aún más atención al horror que tenemos delante.

Fue Carl Jung quién señaló que “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”. Yana siente que la vida pasa sin ella y que algo debe empezar o terminar. Esta crisis o impasse, a todos los niveles, la está aniquilando. ¿Dónde queda la salida? [Continúa en la zona spoiler]

En resumen, y consciente de que me puedo equivocar muy mucho, esto es lo que Beginning o la flamante ganadora de la 68 edición del zinemaldia, significa para mí. “Cine de la crueldad” arriesgado, retador y con mayúsculas que, a pesar de sus “estáticas exigencias” (o tal vez precisamente por ellas), ofrece más recompensas que la media de buenas películas. Atención al talento de su directora, Dea Kulumbegashvili. Espero que pronto llegue el día en el que, de puro hábito y sin googlear, sepamos escribir su nombre.
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Alhy Wood
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