Antes de enfrentarse a la película, el espectador ya sabe lo que le espera. Lo anuncia el protagonista como narrador con las palabras que abren la proyección y dan título a esta crítica. Estos hechos que experimenta junto a su hermana adelantan poco a poco a medida que vamos conociendo a los personajes. Sinceramente aunque he visto poco anime, reconozco que las películas que he visto (Studio Ghibli) son espectaculares, tanto en calidad de guion y producción como en recursos y formas de narrar historias. No tendría sentido despreciar este tipo de películas por el hecho de ser de animación, cuando en ocasiones como ésta transmiten igual o más que una en live action. Y eso que hoy día está imperando la moda de llevarlo todo a esa adaptación. ¡¿Qué necesidad?! ¡¿Acaso hemos perdido la creatividad?! ¡¿Se necesitan personajes de carne y hueso para sentir una historia?!

El relato antibelicista de la película se cuenta a través de la tragedia que sufren dos jóvenes: Seita, que como hermano mayor se ve obligado a crecer y madurar antes de tiempo para afrontar la crudeza de la vida, el desprecio social y el desengaño como joven inocente que le llevan a ser referente paternal en toda coyuntura; y Setsuko, la pequeña hermana adorable que encarna la candidez del alma durante la guerra, afronta con tesón los avatares junto a su hermano, y nos enseña alguna que otra lección sobre la profesión interna de lo trágico que, de un momento u otro, nos hace estallar en lágrimas.

Es, sin duda, una película necesaria para comprender los efectos devastadores de la guerra sobre la sociedad, que podríamos remontar a día de hoy, buscar los porqués y reclamar un alto al fuego. Porque siempre sufren los mismos; y siempre se salvan los mismos; porque una guerra sólo incita más odio y egoísmo; porque después de todo, a pesar de las decisiones políticas, siempre están los habitantes del mundo, que mueren, sufren, pierden, deben convertirse en adultos precoces (Seita) o conservar la ingenuidad para no perder la esperanza (Setsuko). Porque la vida durante la guerra nos enseña que el hombre es como una luciérnaga; su vida puede apagarse pronto, en un abrir y cerrar de ojos; su tumba no es más que una vieja lata de caramelos, con la que cargar hasta el final de sus días.

Claramente esta serie no redefine el género (teen), sino que sigue bajo ciertos clichés del modo de vida adolescente idealizado que puede verse en otras tantas series ya sean españolas o de otra nacionalidad (actores veinteañeros hiperdesarrollados que interpretan a chavales de 16 años, rodeados de fiesta, alcohol, mucho sexo, y otras tantas irrealidades).

Lo que sí ofrece Merlí es una apuesta por atraer al estudiantado a la disciplina filosófica. Con todas las comillas que puedan ponérsele, y probablemente las salvedades y errores visibles en la serie, la forma de presentar la enseñanza filosófica en las aulas resulta completamente envolvente y didáctica. Más de uno diría que le gustaría haber tenido a ese profesor o haber recibido unas clases similares.

La enseñanza de Merlí se dirige hacia una gratificante elección no sólo de filósofos no tan conocidos por el estudiantado, sino también por los temas sociales, éticos y morales que se tratan en cada episodio. De manera que "Merlí" sirve para aprender no sólo de filosofía sino también de ética. Más que extendidos son sus fragmentos en los que se aprenden lecciones de vida para salir adelante, aceptarse, perdonar, y luchar contra las injusticias que pululan en la sociedad actual.

Si bien no debe tomarse como apuntes directos para clase (aviso navegantes), las enseñanzas de Merlí pueden ser una buena introducción para entender la importancia de la filosofía en las aulas, especialmente en la actualidad, donde toda mentalidad se homogeneiza y el pensamiento crítico se ha cuasi disipado.

Francesc Orella como Merlí, y posteriormente María Pujalte como María Bolaño en la versión universitaria del spin-off suponen dos encarnaciones de filósofos que vienen a dejar sus perlitas en la vida del estudiante de filosofía y en la del espectador de esta serie.

Aunque a veces distrae y cuesta conectar con ella, se compensa con los planos y la atención puesta en el trabajo de las relojeras. Sorprendente el afán de controlar el tiempo y cómo eso ha llegado hasta nosotros de forma casi imperceptible. Resulta exquisito ver el proceso de fabricación en un mundo multilingüe que empieza a acoger el anarquismo en su seno. Concretamente esta idea se pierde, aunque quizás debido al interés del director de quitarlo del foco de atención -varios personajes dicen que "no les gusta ser el centro de atención" cuando se disponen a hacerles una fotografía. Y otra cuestión interesante ésta: el mercado local fotográfico tan extendido. ¿Acaso un suizo no iba a querer una fotografía de Kropotkin? Sin duda no era un cualquiera. Era un anarquista. Como muchos tantos otros.

Me ha sorprendido gratamente en todos los sentidos. Aunque con un final algo amargo y desconcertante, esta rompedora película debe verse por aquellos que no crean en las segundas oportunidades, en los que la arrogancia y los prejuicios nublan su juicio. Las creencias populares, la hipocresía y el estigma social que se ampara bajo la buena fe de los feligreses es el tema crucial. Y que puede hacer preguntarnos: ¿Somos capaces de aceptarnos como somos y mostrarnos así a los demás?, y, ¿son los demás capaces de aceptarnos tal como somos, sin ningún tipo de miramientos? Para pensar y mucho. Misericordia quiero, y no sacrificios. Dijo el Señor.

Me parece una película estupenda y sorprendentemente filmada. Una historia familiar llena de dificultades, prejuicios, superaciones, poesía, música y con un mensaje que aboga por la libertad de imaginación. He visto reflejado muchos aspectos personales en esta película. Recomendable a todo el que quiera verse sorprendido por otro cine distinto.