Toda la historia gira alrededor del personaje de Yoshimura. A modo de flashbacks, vamos conociendo la personalidad y vida de un samurai de bajo rango que debe salir de su clan. Muy en el estilo de “El ocaso del samurai” (Y. Yamada, 2002), Takita centra la historia en los finales del mundo samurai, pero deja escapar, a mi modo de ver, la grandísima oportunidad de mostrar al samurai en el día después. Porque si con la trilogía de Yamada, ya se ha profundizado de manera ejemplar sobre los últimos días del samurai, queda una película para poder hablar sobre el samurai cuando todo ha caído y deben de buscar su hueco en esta nueva sociedad. Y si bien la historia daba para ello, su director ha optado por dramatizar en exceso una historia que Yamada ya bordó.

No ayuda su larga duración, completamente innecesaria. Su última media hora va perdiendo fuelle y sus diez minutos finales son de un error y simplicidad que consigue cabrear. Tiende Takita a imponer un sentimentalismo excesivo y existe el peligro de olvidar el gran planteamiento de este trabajo.

Destaco las emociones que emanan los dos protagonistas Kiichi Nakai y Koichi Sato (samurais antagónicos) aunque la actución de este último sea más mala que buena.