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España España · Cáceres
Voto de Tiggy:
6
Western El detective Matthias Breecher es contratado para encontrar a uno de los peores criminales de la guerra civil. En su búsqueda, su determinación será puesta a prueba por una misteriosa mujer. (FILMAFFINITY)
26 de septiembre de 2020
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una verdadera sorpresa este reciente wéstern de Justin Lee del que no comprendo la nota tan baja. Badland es una película que engloba los obsoletos subgéneros del wéstern con una producción modesta, recordando a John Ford, Sergio Leone o Sam Peckinpah por el uso de elementos tan presentes en sus estilos. La concepción del personaje, construida en torno al arquetipo que Clint Eastwood dio al género como protagonista, está muy bien hasta el punto de conseguir mezclar la acción, el drama y el romance propio de los wésterns clásicos con su ritmo lento, amenizado por la sensación de estar viendo varias historias por la separación capitular de su argumento como hizo Quentin Tarantino en su último wéstern. El tema de la justicia donde la Guerra de Secesión funciona como su sombra está tratado con mucho clasicismo, dando rienda suelta al caballo que galopa nuestro protagonista, Matthias Breecher (Kevin Makely), por los baldíos inhóspitos del Salvaje Oeste, dando caza a su paz interior. Una obra que alude directamente a películas como Cometieron dos errores (Ted Post, 1968) o El fuera de la ley (Clint Eastwood, 1976), haciendo un solemne tributo a los padres del género y ofreciéndonos una aventura muy entretenida dentro de sus tópicos.

Este tipo de producciones un servidor las recibe con los brazos abiertos ya que, sin suponer un alarde de creatividad o imaginación en un género tan empolvado como explotado en la historia cinematográfica, ofrece una entretenida aventura con la gracia de las viejas glorias bien rodada por parte de Justin Lee. El director, que se muestra a gusto en el género, da con Badland una representación interesante de la América de posguerra, de la justicia, posicionándose en el bando de La Unión mediante su protagonista, un Pinkerton excombatiente al que los fantasmas de la violencia ensombrecen como a William Munny en Sin perdón (Clint Eastwood, 1992).

Para los cometidos citados, Lee usa los recursos apropiados para reunir la esencia del wéstern desde su mirada, usando los clásicos primeros planos de Leone, las panorámicas horizontales de Ford o el montaje de Peckinpah para dejarnos caer en el árido purgatorio, la dura y salvaje vida del Viejo Oeste. A través de su protagonista, la concepción de mujer que salva espiritualmente al protagonista, interpretada por Mira Sorvino, y la justicia, la historia adquiere gradualmente un tono más lento y reflexivo, muy marcado en la comparación del ritmo de los tres primeros capítulos y ese cuarto que funciona como epílogo y recompensa. La reivindicación sobre los derechos humanos es obvia cuando escoges a Tony Todd para interpretar una figura de poder en la América de segunda mitad del s. XIX que manda a un hombre a cobrar el precio de la guerra, en forma de hombres a priori imperdonables por sus delitos y juzgados de una forma que hace replantearse si hay justicia en la pena de muerte, llegando a poner sobre la mesa la polémica de la eutanasia en cierta conversación entre Breecher y el Coronel Reginald Cooke, interpretado por una cara tan conocida en el wéstern como Bruce Dern.

La preciosa fotografía de los paisajes de Santa Clarita por parte de Idan Menin consagra esa ambientación hostil en la que evolucionan sus personajes, donde La Muerte espera en cada camino y de la que Lee doma sus tierras para introducirnos en una road movie que, aunque se estanque en ciertos tramos con una superficialidad pesada (como en el capítulo dos), el director prepara el terreno para ofrecer su última crítica a raíz del abuso de poder por parte de sus mensajeros, de sus Sheriff, más concretamente en uno confederado llamado Huxley Wainwright e interpretado por un Jeff Haley al que la caracterización le sienta tan bien como a su personaje y que recuerda a esos personajes capados totalmente de piedad, cuya visión de la justicia es reprobable, como Little Bill (Gene Hackman) en Sin perdón o Rooster Cogburn en Valor de ley (Henry Hathaway, 1969). Las interpretaciones van por partes. Por uno, tenemos las anodinas del elenco principal como el muy atractivo pero inexpresivo Kevin Makely o Mira Sorvino y, por el otro, los elogiables trabajos de Jeff Haley, Trace Adkins o el inmortal Bruce Dern.

La tensión se mantiene bien, con pulso en secuencias como la pelea entre Breecher y Hector (Omid Zader) o la ‘conversación’ con Huxley, que rastrilla las calurosas arenas de Badland para las catarsis, los grandes momentos que todos los amantes del western amamos: los duelos y tiroteos. A pesar de que esta se presente de manera muy torpe, la esperada acción consigue de vez en cuando los golpes de efecto necesarios para impresionar, pero se precipitan en la falta de creatividad y dinamismo distando mucho de lo que espero ver como espectador en esas secuencias.

El carácter desenfadado de la película, sin ningún tipo de pretensión, es el último empujón que necesita el caballo de Lee para entrar como un wéstern moderno que exhala clasicismo por las puertas de mi gusto personal, haciendo una aventura realmente entretenida, a ratos interesante pero, sobre todo, muy digna para darle una oportunidad.
Tiggy
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