La película es un prodigio ¿Por qué? Porque si se la juzga desde una perspectiva propia de un cinéfilo modesto, la película resulta desagradable por su despliegue de ciento veintiún minutos de abyecto proselitismo, pero si se la juzga por lo que es, es decir, un despliegue de ciento veintiún minutos de abyecto proselitismo, resulta desagradable por inverosímil. Y uno ya se pregunta si esto no es al revés, si no se trata de una conspiración financiada por el fundamentalismo anticristiano más recalcitrante. Nadie, espero, es capaz de creer en la posibilidad de que se desate el conflicto que se desarrolla en la película por los motivos por los cuales se desarrolla y, una vez desatado el "drama judicial", la solución que se presenta como un descubrimiento genial promediando el proceso era obvia hasta para mi perro. Por otra parte, en todos los diálogos de la película está explícita, no subyacente, la idea de que para tener valores morales hay que ser no sólo cristiano, sino un chupacirios importante que, ojo, no por eso deja de ser joven, lindo y luchador. Es que sí, aunque usted no lo crea, en esta película los cristianos son una minoría perseguida por los poderes hegemónicos, respresentados por un ejército de ateos obtusos incapaces de las más mínima distinción. En fin, mala propaganda.
De los actores no digo nada malo y es más: si en este inmenso planeta, tan siquiera una persona con sus facultades mentales en orden creyó por un minuto en la autenticidad de lo que estaba viendo, todos los actores del film merecen un Oscar.