La película es mediocre en su conjunto (o sea, ni buena, ni mala), el típico thriller de acción de usar y tirar que la fábrica de sueños sabe confeccionar tan bien en su cadena de montaje. Pero, por momentos, tiene un aire guasón y cierta humildad que hacen de Replicant una función simpática. Comienza con el consabido asesino en serie cuyo sadismo es fruto de una niñez traumática. No falta el policía que, tras años de pisarle los talones, se retira del cuerpo sin poder atraparle; entonces tiene la feliz ocurrencia de humillar al criminal por televisión y éste, que se mosquea, decide ir por el "poli".

Pero entra en escena un clon del asesino creado por el gobierno para contribuir a la detención del criminal (sic). El replicante (vocablo acuñado por los guionistas de Blade Runner) es una especie de monstruo de Frankenstein, inocente y virginal en un mundo violento y sin escrúpulos. La película no deja de ser una obra expresa para el lucimiento de las cualidades de Van Damme en la lucha cuerpo a cuerpo. Lo curioso es que no despliega sus habilidades para repartir mamporros, sino su capacidad para recibirlos. No falta ninguna de sus marcas de fábrica: el culo firme y prieto es mostrado en toda su desnudez, algún sangrado en la nariz o en un labio, y su habilidad para despatarrase en cualquier ocasión (incluso en la última intervención del asesino, con una despatarrada autoirónica).