La acción se desarrolla como una sucesión de gestos argumentales en la que detalles mínimos configuran el mosaico de pistas que permiten a Miss Marple componer el rompecabezas.
La narración es fluida y la cámara siempre resulta ágil en el contexto de una ambientación muy cuidada y de una fotografía envolvente y seductora.
T. Shankland dirige el episodio con evidente acierto y sabe imprimir una sutil atmósfera de intriga y de coherencia para que el resultado convenza.
El espectador se siente a gusto frente a la pantalla porque parece que desde allí se le trasmite un mensaje de complicidad.