La intriga posee resortes con capacidad para dilatar las pupilas, para ralentizar o acelerar el latido del corazón y para detener la salivación.
Y aún más si la noche es oscura, si las sombras difuminan el perfil de las siluetas y si la verdad y la mentira se confunden en el juicio turbio de la acción.
W. Castle lo sabía y por eso dirigió esta película, como otras, con parsimonia, atando los cabos para ajustarse a un plan perfectamente urdido e incluso incorporando la figura de un narrador que aporta un poco de paz a la tensión de la trama.
Largometraje tenso y comedido pero impactante.