Entra la nómina de detectives de toda condición que trataban de hacerse un hueco en la pantalla a mediados del siglo XX, la RKO apostó por el inefable Dick Tracy a quien hizo saltar desde el papel impreso de las historietas firmadas por C. Gould.
Y lo primero que hay que decir en su favor es que no se le nota.
La producción posee porte cinematográfico y, sin perder los elementos que hicieron famoso al personaje, le invita a caminar por el celuloide como si se tratara de su medio natural.
El argumento exhibe entidad propia e ingenio y el guión sabe sacarle máximo partido, busca la coherencia, el interés y la intensidad pero, sobre todo, consigue esa dosis de intriga sin la que el thriller pierde su esencia.
El desarrollo es homogéneo, el ritmo se adecua perfectamente a la naturaleza de la historia y la cámara muestra todos los detalles que el patio de butacas necesita para sentirse partícipe de la acción.