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Voto de Fej Delvahe:
9
6,7
300
Drama
El joven Tore busca en Hamburgo una nueva vida entre el grupo religioso "The Jesus Freaks". Cuando por casualidad conoce a una familia y les ayuda a reparar su coche, cree que un milagro celestial le ha ayudado. Él comienza una amistad con el padre de la familia, Benno. Pronto se va a vivir con ellos en su parcela, sin saber la crueldad está por venir. Inspirada en hechos reales. (FILMAFFINITY)
6 de abril de 2015
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
He visto esta película en plena Semana Santa del año 2015, y me llama la atención lo bien que la directora Katrin Gebbe ha mostrado en medio de esta Europa materialista de hoy en día, la «locura de Dios» cuando se da en uno de nosotros, cuando en alguna medida sigue la sintonía del noble sacrificio del Cristo milenario y continúa poniendo de manifiesto: por una parte que Dios no está muerto y por otra que sigue habiendo seres humanos que priorizan en esta existencia transitoria, a su espíritu sobre su carne; gran rasgo distintivo del cristianismo arrebatador que a todas luces siempre nos resultará sorprendente, como lo es la resurrección.
Pienso que Katrin Gebbe quiere mostrarnos como el sexo para las personas profundamente religiosas suele ser una característica propia de lo mundano. Así puede observarse en las grandes religiones y en la generalidad de sus santos representantes, que si en algo coinciden es en no colocar la vida carnal en este mundo como un derecho primordial y sí en entender la vida terrenal más como un espacio de transición hacia la verdadera y maravillosa vida en el Más Allá. Por lo tanto, para el protagonista, el joven Tore, seguidor de Jesucristo y de dicha religiosidad, el sexo tiene que ver con la carne, con aquello que muere y se pudre, con aquello que nos limita; mientras que el espíritu tiene que ver con lo imperecedero y eterno, con la resurrección y la paz divina. En consecuencia, con ese sentir religioso es obvio que Tore opte por el espíritu y esté dispuesto a padecer en su carne transitoria e irrelevante las torturas que se presenten.
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Pienso que Katrin Gebbe quiere mostrarnos como el sexo para las personas profundamente religiosas suele ser una característica propia de lo mundano. Así puede observarse en las grandes religiones y en la generalidad de sus santos representantes, que si en algo coinciden es en no colocar la vida carnal en este mundo como un derecho primordial y sí en entender la vida terrenal más como un espacio de transición hacia la verdadera y maravillosa vida en el Más Allá. Por lo tanto, para el protagonista, el joven Tore, seguidor de Jesucristo y de dicha religiosidad, el sexo tiene que ver con la carne, con aquello que muere y se pudre, con aquello que nos limita; mientras que el espíritu tiene que ver con lo imperecedero y eterno, con la resurrección y la paz divina. En consecuencia, con ese sentir religioso es obvio que Tore opte por el espíritu y esté dispuesto a padecer en su carne transitoria e irrelevante las torturas que se presenten.
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spoiler:
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El protagonista, Tore, es un joven alemán de hoy en día, creyente (no ordinario ni convencional) en Jesucristo, y por tanto capaz de enmarca su vida según las tres virtudes teologales del cristianismo: Fe, Amor y Esperanza; sin embargo, a mi entender, lo hace de una manera enajenada y sin atender como es debido a otras cuatro virtudes que en el cristianismo son cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Su comportamiento es descerebradamente imprudente, propio de un idiota más que de un justo y si bien en fortaleza y templanza sobresale, quizás éstas no sean la fortaleza ni la templanza que brota de una persona equilibrada o en sus cabales. Su comportamiento es autodestructivo, martirizándose y casi invitando al prójimo a que abusen de él. En lugar de guardar las distancias con el «gran demonio» que lo pone a prueba o plantearse el «Apártate de mí Satanás», una y otra vez va en su busca, regresa al mismo miserable infierno, se pega al susodicho «jefe de los demonios y a su coro de endemoniados» asumiendo esa especie de prejuicio contra la autodefensa que cierta interpretación del cristianismo construyó y popularizó a lo largo de los siglos modelando una figura pseudo buenista del Jesús de los Evangelios canónicos que ha venido muy bien a la obediencia, control y ordenamiento dentro de la historia del cristianismo. Esto lo recoge la directora del filme, Katrin Gebbe, en el desarrollo de la personalidad del protagonista, imbuido en ese reduccionismo anti violencia («buenismo») que le hace preferir ser objeto de abusos y agresiones, en toda circunstancia incluso cuando se trata de salvaguardar la propia dignidad, antes que caer en el «terrible pecado» de aparecer como «agresivo o responder agresivamente a la agresión».
En esta onda o «reductointerpretación» de Jesús de Nazaret, de su estilo existencial y de su mensaje teológico, el joven Tore no se resiste al mal, desactiva su más mínimo sentido natural defensivo, como sacrificio de fe, amor y esperanza divina, cautivado por la convicción de que el cuerpo humano pasa y sólo el espíritu que lo contiene es el auténtico ser ontológico merecedor de protección.
No obstante, a Tore se le puede considerar también poseído por la misma gracia teológica que experimentó Jesús de Nazaret, Francisco de Asís y otros muchos cristianos que renunciaron a defenderse ante los abusadores, pues el mencionado Tore se muestra convencido de su cristinianismo y del aquí y ahora de Dios, aun en los momentos más brutales y dolorosos que ha de sufrir. En este sentido, Tore, sin ser un seminarista ni un clérigo o profesional cobijado en las instituciones del cristianismo, es el hombre laico en la línea de Jesús de Nazaret, al que la creencia o experiencia de Dios le ha supuesto una verdadera "metanoia", conversión, renunciando a la seguridad que cualquiera busca y reclama como ser mundano y asumiendo íntegra y santamente la inseguridad o requisito de ser espiritual. Cabe pues, que la impronta religiosa de Tore, aunque a simple vista parezca una indigna debilidad pudiera ser sintonía pura, llana y viva con Dios: por más que corporalmente se deje esclavizar, abusar o torturar, quizá lo haga en el pleno convencimiento de que la dimensión divina no puede ser derrotada ni aun cuando todo indica lo contrario; es decir, como el mismísimo final desastroso y fracasado de Jesús en el evangelio según San Marcos, sin su componenda o añadido posterior donde se lima y dulcifica el horripilante fracaso.
Fej Delvahe
El protagonista, Tore, es un joven alemán de hoy en día, creyente (no ordinario ni convencional) en Jesucristo, y por tanto capaz de enmarca su vida según las tres virtudes teologales del cristianismo: Fe, Amor y Esperanza; sin embargo, a mi entender, lo hace de una manera enajenada y sin atender como es debido a otras cuatro virtudes que en el cristianismo son cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Su comportamiento es descerebradamente imprudente, propio de un idiota más que de un justo y si bien en fortaleza y templanza sobresale, quizás éstas no sean la fortaleza ni la templanza que brota de una persona equilibrada o en sus cabales. Su comportamiento es autodestructivo, martirizándose y casi invitando al prójimo a que abusen de él. En lugar de guardar las distancias con el «gran demonio» que lo pone a prueba o plantearse el «Apártate de mí Satanás», una y otra vez va en su busca, regresa al mismo miserable infierno, se pega al susodicho «jefe de los demonios y a su coro de endemoniados» asumiendo esa especie de prejuicio contra la autodefensa que cierta interpretación del cristianismo construyó y popularizó a lo largo de los siglos modelando una figura pseudo buenista del Jesús de los Evangelios canónicos que ha venido muy bien a la obediencia, control y ordenamiento dentro de la historia del cristianismo. Esto lo recoge la directora del filme, Katrin Gebbe, en el desarrollo de la personalidad del protagonista, imbuido en ese reduccionismo anti violencia («buenismo») que le hace preferir ser objeto de abusos y agresiones, en toda circunstancia incluso cuando se trata de salvaguardar la propia dignidad, antes que caer en el «terrible pecado» de aparecer como «agresivo o responder agresivamente a la agresión».
En esta onda o «reductointerpretación» de Jesús de Nazaret, de su estilo existencial y de su mensaje teológico, el joven Tore no se resiste al mal, desactiva su más mínimo sentido natural defensivo, como sacrificio de fe, amor y esperanza divina, cautivado por la convicción de que el cuerpo humano pasa y sólo el espíritu que lo contiene es el auténtico ser ontológico merecedor de protección.
No obstante, a Tore se le puede considerar también poseído por la misma gracia teológica que experimentó Jesús de Nazaret, Francisco de Asís y otros muchos cristianos que renunciaron a defenderse ante los abusadores, pues el mencionado Tore se muestra convencido de su cristinianismo y del aquí y ahora de Dios, aun en los momentos más brutales y dolorosos que ha de sufrir. En este sentido, Tore, sin ser un seminarista ni un clérigo o profesional cobijado en las instituciones del cristianismo, es el hombre laico en la línea de Jesús de Nazaret, al que la creencia o experiencia de Dios le ha supuesto una verdadera "metanoia", conversión, renunciando a la seguridad que cualquiera busca y reclama como ser mundano y asumiendo íntegra y santamente la inseguridad o requisito de ser espiritual. Cabe pues, que la impronta religiosa de Tore, aunque a simple vista parezca una indigna debilidad pudiera ser sintonía pura, llana y viva con Dios: por más que corporalmente se deje esclavizar, abusar o torturar, quizá lo haga en el pleno convencimiento de que la dimensión divina no puede ser derrotada ni aun cuando todo indica lo contrario; es decir, como el mismísimo final desastroso y fracasado de Jesús en el evangelio según San Marcos, sin su componenda o añadido posterior donde se lima y dulcifica el horripilante fracaso.
Fej Delvahe