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Voto de Fej Delvahe:
9
6,4
2.321
Drama
Un hombre evita en el último momento que otro se suicide tirándose a las vías del metro. A partir de ese momento se establece entre ambos una intensa relación basada sobre todo en encendidas discusiones de carácter ideológico. Sus contrapuestos puntos de vista están en parte determinados por sus distintas circunstancias vitales. Adaptación de la obra de Cormac McCarthy. (FILMAFFINITY)
3 de abril de 2011
83 de 116 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estamos ante un filme de escenificación y metodología propia del teatro, cuyo tema principal es la teodicea y el existencialismo.
Fue el filósofo Leibniz, en 1710 quien bautizó oficialmente con el nombre de teodicea la pregunta “¿por qué, si Dios existe, no sólo hay felicidad sino también infelicidad en la relación entre sus criaturas?”; es decir, la teodicea como tratado se ocupa, al igual que esta película, de Dios, pero cuestionándolo por el mal, la infelicidad, el sufrimiento y todo el sentido cruel que conlleva la vida humana. Y en cuanto al existencialismo, es un movimiento filosófico iniciado en el s. XIX con Søren Kierkegaard, que puso su centro de reflexión en el significado de la existencia y del sufrimiento o angustia humana, al igual que también hace este filme.
Toda la película transcurre en una habitación y con dos hombres dialogando entre sí. La dialéctica va y viene entre uno y otro, a veces parece que el creyente con su esperanza en Dios y en una vida en el más allá tienen más peso, pero en otros momentos el ateo se impone retóricamente.
De la postura del ateo deduzco al menos tres puntos importantes:
1º Que el ateísmo es una fe, más o menos como cualquier otra, una fe porque no le es posible demostrar la inexistencia de Dios.
2º Que la humanidad o racionalidad que no apunta a la trascendencia se debilita, angustia y degenera en una dinámica suicida. O sea, que cuando niegas la esencia divina que conllevas internamente, te conviertes en un ser desgraciado, vacío de lo principal.
Y 3º Que los seres humanos no debemos mirar al sol (o Dios) cara a cara, sino más bien contemplar con agradecimiento todo lo que el sol (o Dios) ilumina; hacer lo primero ciega, mientras que hacer lo segundo da contento existencial.
De la postura del creyente o temeroso de Dios entresaco otros tres puntos a tener en cuenta:
1º Que la teología, como tratado relevante entre los tratados científicos, es una idea que se remonta a Aristóteles (¡y ojo, para quienes aún no se hayan enterado, Aristóteles no era un teólogo cristiano!). Es decir, Aristóteles consideraba a la teología o metafísica como “ciencia del ser” y como una rama de la filosofía más fundamental que las matemáticas o que la filosofía natural, por más que hoy en día sea una moda universitaria e intelectual despreciar esta disciplina académica.
2º Que o somos seres humanos con un cerebro capaz de generar la experiencia espiritual-religiosa; o somos seres espirituales-religiosos capaces de generar una experiencia humana-cerebral; o incluso somos un compendio de ambas posibilidades. Y que el creyente en Dios, cree inteligentemente en que somos seres espirituales que hoy tenemos cuerpos, o en que si cabe la primera posibilidad, ésta no anula que Dios o lo espiritual esté en el fondo de todo.
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Fue el filósofo Leibniz, en 1710 quien bautizó oficialmente con el nombre de teodicea la pregunta “¿por qué, si Dios existe, no sólo hay felicidad sino también infelicidad en la relación entre sus criaturas?”; es decir, la teodicea como tratado se ocupa, al igual que esta película, de Dios, pero cuestionándolo por el mal, la infelicidad, el sufrimiento y todo el sentido cruel que conlleva la vida humana. Y en cuanto al existencialismo, es un movimiento filosófico iniciado en el s. XIX con Søren Kierkegaard, que puso su centro de reflexión en el significado de la existencia y del sufrimiento o angustia humana, al igual que también hace este filme.
Toda la película transcurre en una habitación y con dos hombres dialogando entre sí. La dialéctica va y viene entre uno y otro, a veces parece que el creyente con su esperanza en Dios y en una vida en el más allá tienen más peso, pero en otros momentos el ateo se impone retóricamente.
De la postura del ateo deduzco al menos tres puntos importantes:
1º Que el ateísmo es una fe, más o menos como cualquier otra, una fe porque no le es posible demostrar la inexistencia de Dios.
2º Que la humanidad o racionalidad que no apunta a la trascendencia se debilita, angustia y degenera en una dinámica suicida. O sea, que cuando niegas la esencia divina que conllevas internamente, te conviertes en un ser desgraciado, vacío de lo principal.
Y 3º Que los seres humanos no debemos mirar al sol (o Dios) cara a cara, sino más bien contemplar con agradecimiento todo lo que el sol (o Dios) ilumina; hacer lo primero ciega, mientras que hacer lo segundo da contento existencial.
De la postura del creyente o temeroso de Dios entresaco otros tres puntos a tener en cuenta:
1º Que la teología, como tratado relevante entre los tratados científicos, es una idea que se remonta a Aristóteles (¡y ojo, para quienes aún no se hayan enterado, Aristóteles no era un teólogo cristiano!). Es decir, Aristóteles consideraba a la teología o metafísica como “ciencia del ser” y como una rama de la filosofía más fundamental que las matemáticas o que la filosofía natural, por más que hoy en día sea una moda universitaria e intelectual despreciar esta disciplina académica.
2º Que o somos seres humanos con un cerebro capaz de generar la experiencia espiritual-religiosa; o somos seres espirituales-religiosos capaces de generar una experiencia humana-cerebral; o incluso somos un compendio de ambas posibilidades. Y que el creyente en Dios, cree inteligentemente en que somos seres espirituales que hoy tenemos cuerpos, o en que si cabe la primera posibilidad, ésta no anula que Dios o lo espiritual esté en el fondo de todo.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Y 3º Que la forma en que Dios se hace presente, si no se está en sintonía teológica, es precisamente la presencia en ausencia; es decir como decía Eberhard Jüngel, teólogo alemán, profesor de Teología Sistemática y Filosofía de la Religión en la Universidad de Tübingen: “Si alguien por excelencia se hace presente en forma de ausencia, ese es Dios”; o dicho de otra manera, que esa unión de ocultamiento y manifestación salvadora de Dios, por el momento es un misterio que se escapa a todas las “lógicas” y razonamientos del ser humano.
Todo esto y más se puede extraer de esta interesante película dialéctica en torno a Dios, la existencia humana, la teodicea, la nada, la escatología, etc.
Destaco dos momentos deslumbrantes del diálogo:
Uno: cuando “Black” dice: “Incluso siendo un ferviente creyente, no soy un escéptico, pero sí inquisitivo”. A lo cual el ateo “White” pregunta: “¿Cuál es la diferencia?”. Y el esperanzado en Dios le contesta: “Alguien inquisitivo busca la verdad. Un escéptico, en cambio, quiere que le digan que eso no existe.”
Y dos: cuando, el ateo “White” le suelta al samaritano y temeroso de Dios que tiene como interlocutor: “Tal vez yo quiera ser perdonado, pero no hay nadie a quien pedirle perdón.” Ante lo cual “Black” se queda meditabundo y no sabe replicarle.
Bueno, yo le habría contestado que si no hay nadie a quien pedirle perdón, ¿por qué se toma tan en serio el exterminio humano llevado a cabo por los nazis en el s. XX? —argumento que suelen esgrimir algunos filósofos existencialistas-ateos como justificativo de la no existencia de Dios, también aquí el protagonista “White”—. Y le citaría el testimonio de Edie Eger, contado por ella con 68 años de edad y sin odio: esta mujer, con 16 años, llegó al campo de concentración de Auschwitz en 1944, después de bajar del vagón de ganado en el que ella y su familia habían sido trasladados desde Hungría, los prisioneros se repartieron en dos filas. El tristemente célebre doctor Méngüele, “el ángel de la muerte”, señaló la fila de la izquierda y Edie empezó a seguir a su madre hacia la fila. Pero Méngüele gritó a Edie y a su hermana para que se colocaran en la fila de la derecha. La fila de la izquierda era para “los prescindibles”, las personas de edad o de aspecto enfermizo. Quienes estaban en la fila de la derecha acabarían trabajando como esclavos y quizá viviendo un día más. Más adelante, mientras todavía se encontraba en la fila, Edie preguntó a una mujer que estaba a su lado cuándo volvería a ver a su madre. La mujer señaló una columna de humo que salía de los hornos y dijo: “Ahí la tienes. La están quemando.” Edie se abrazó a su hermana menor, que le dijo: “El alma nunca muere”.
En definitiva, que la contemplación de la muerte por parte de un creyente en Dios Salvador tiene amplitud de miras vitales, mientras que para un ateo se asemeja a una puesta de sol de corto alcance o bastante limitada (The sunset limited).
Fej Delvahe
Todo esto y más se puede extraer de esta interesante película dialéctica en torno a Dios, la existencia humana, la teodicea, la nada, la escatología, etc.
Destaco dos momentos deslumbrantes del diálogo:
Uno: cuando “Black” dice: “Incluso siendo un ferviente creyente, no soy un escéptico, pero sí inquisitivo”. A lo cual el ateo “White” pregunta: “¿Cuál es la diferencia?”. Y el esperanzado en Dios le contesta: “Alguien inquisitivo busca la verdad. Un escéptico, en cambio, quiere que le digan que eso no existe.”
Y dos: cuando, el ateo “White” le suelta al samaritano y temeroso de Dios que tiene como interlocutor: “Tal vez yo quiera ser perdonado, pero no hay nadie a quien pedirle perdón.” Ante lo cual “Black” se queda meditabundo y no sabe replicarle.
Bueno, yo le habría contestado que si no hay nadie a quien pedirle perdón, ¿por qué se toma tan en serio el exterminio humano llevado a cabo por los nazis en el s. XX? —argumento que suelen esgrimir algunos filósofos existencialistas-ateos como justificativo de la no existencia de Dios, también aquí el protagonista “White”—. Y le citaría el testimonio de Edie Eger, contado por ella con 68 años de edad y sin odio: esta mujer, con 16 años, llegó al campo de concentración de Auschwitz en 1944, después de bajar del vagón de ganado en el que ella y su familia habían sido trasladados desde Hungría, los prisioneros se repartieron en dos filas. El tristemente célebre doctor Méngüele, “el ángel de la muerte”, señaló la fila de la izquierda y Edie empezó a seguir a su madre hacia la fila. Pero Méngüele gritó a Edie y a su hermana para que se colocaran en la fila de la derecha. La fila de la izquierda era para “los prescindibles”, las personas de edad o de aspecto enfermizo. Quienes estaban en la fila de la derecha acabarían trabajando como esclavos y quizá viviendo un día más. Más adelante, mientras todavía se encontraba en la fila, Edie preguntó a una mujer que estaba a su lado cuándo volvería a ver a su madre. La mujer señaló una columna de humo que salía de los hornos y dijo: “Ahí la tienes. La están quemando.” Edie se abrazó a su hermana menor, que le dijo: “El alma nunca muere”.
En definitiva, que la contemplación de la muerte por parte de un creyente en Dios Salvador tiene amplitud de miras vitales, mientras que para un ateo se asemeja a una puesta de sol de corto alcance o bastante limitada (The sunset limited).
Fej Delvahe