Un retrato bufo sobre la Primera Guerra Mundial, con un mensaje trasladable a cualquier conflicto bélico que haya habido en la Historia, o que pueda haberlo en el futuro. Attenborough pone en solfa la guerra desde todos los puntos de vista: la alta política vive en un mundo ajeno, el estamento militar se alimenta de una épica trasnochada y absurda, el nacionalismo irracional es la excusa que puede justificarlo todo… El planteamiento coral de la película, plagada de pequeñas apariciones de ilustres figuras de la escena británica, contribuye a la idea esencial de que la guerra es un teatro macabro en el que todos terminamos jugando un papel, y en el que nadie puede ser mero espectador. El humor funciona mejor en unas escenas que en otras, como no podría ser de otra manera, pero en cualquier caso constituye un elemento que sirve para “democratizarlo” todo. Cualquier aspecto relacionado con la guerra es pasado por el mismo tamiz del sarcasmo y la ironía. Algunas escenas son especialmente brillantes y divertidas. Yo destacaría, por el sentido que otorgan a la película, el llamamiento a filas en el teatro, la ceremonia al aire libre en las ruinas de la abadía y el emotivo plano final. Attenborough demuestra ya en este film un gran dominio de las escenas de muchedumbres, que desarrollará en obras posteriores que le dieron gran reconocimiento internacional. En suma, una película con alguna irregularidad, con un posicionamiento crítico descarado, y que en conjunto resulta entretenida e ingeniosa.