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Voto de Toribio Tarifa:
8
Drama Philip, un médico aficionado a la pintura, se enamora locamente de una camarera, pero ella lo rechaza. Éste será el punto de partida de muchas desdichas. (FILMAFFINITY)
23 de mayo de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
W. S. Maugham recogió sus primeras experiencias vitales en una novela, "Servidumbre humana" (Of human bondage). Maugham es uno de estos escritores, no inclasificables, sino inclasificados. Escritor de éxitos multitudinarios, ha visto llevadas al cine muchas de sus novelas y cuentos, desde la presente hasta Al filo de la navaja, El velo pintado (en dos ocasiones), La carta, Lluvia, etc. Pero habrá que dejar pasar el tiempo para ver dónde acaba por situarlo la historia literaria, porque de momento no parece que haya llegado todavía su momento. Pero no se debe desesperar, no hay más que ver el espectacular renacimiento de, sin ir más lejos, un Stefan Zweig, quien ha pasado del rincón polvoriento de las bibliotecas de los abuelos a la reedición exitosa de toda su obra. Somerset Maugham de momento no ha tenido está fortuna y, además, siempre recibió el menosprecio del mandarinato intelectual, creo que fundamentalmente por no adoptar la postura política adecuada, requerida para recibir la atención de la crítica que cortaba el pastel, y, en segundo lugar, por su éxito, que se traducía naturalmente en ventas en dinero y en propiedades. Algo que en el mundo literario difícilmente se perdona.
De Servidumbre humana se han hecho hasta el momento tres versiones: la primera en 1934, dirigida por John Cromwell y con una joven Bette Davis y un buen Leslie Howard, antes de que "Lo que el viento se llevó" le marcara indeleblemente.
Las tres versiones siguen bastante fielmente la trama de la novela original, con los rasgos distintivos que cada una imprimía a su versión.
A mi modo de ver, la de 1946, dirigida por Edmund Goulding y con Paul Henreid, el Victor Laszlo de “Casablanca” en el papel principal. Tal vez sea algo madurito ya para el papel de un estudiante de medicina, a pesar de que los años pasados en París, tratando de despejar las incógnitas de su vocación y de su futuro profesional, quizá podrían justificar este retraso, es la mejor de las tres versiones. Mildred Rogers está aquí en manos de una maravillosa Eleanor Parker, capaz de crear un personaje memorable y en mi opinión muy superior al que había conseguido 12 años antes Bette Davis y conseguiría en 1964 una carnosa Kim Novak.
Servidumbre humana recurre en su desarrollo y pone de manifiesto algo ya enunciado por los clásicos griegos: los desastres de la pasión. Philippe Carey, protagonista de la acción, un poco a modo de desafío y como respuesta airada al maltrato recibido de Mildred Rogers, una camarera de un salón de té, emprende su conquista y cae esclavo del deseo de hacer suya a una mujer que se le resiste y con la que nada le une salvo su voluntad y el empeño malsano de domeñarla.
W.S. Maugham era muy pequeño de estatura, feo con avaricia y por si fuera poco sufría de una muy notable tartamudez. Philippe Carey, su protagonista en Servidumbre humana, no es tartamudo, pero sí cojo y el autor le adjudica un pie zambo muy visible que a él, como a Maugham los defectos mencionados más arriba, le causa todo tipo de infortunios. Mildred Rogers castiga a Philip con su indiferencia primero, con su desprecio y maldad después. La composición del personaje que hace Eleanor Parker es prodigiosa: desde el acento, en el lenguaje, hasta los gestos, las actitudes, las miradas, todo acaba siendo terrorífico y Philip, por más que se plantea la huida e incluso llega a ponerla en práctica, está en sus manos como la mosca en la tela de araña, y cada vez que Mildred Rogers se le acerca, siempre en demanda de algo, el pobre Philip vuelve a caer en sus redes, poniendo de manifiesto la esclavitud que comporta cualquier pasión de este orden.
Toribio Tarifa
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