Hay películas que no necesitan pasar por ese tamiz que las lleva a absolverlas si son buenas o a condenarlas si son malas. Son películas necesarias. Historias que uno necesita conocer y que una vez vistas nos hacen mejores personas. “Beautiful Thing” es una de esas, y como se anuncia en el título: es hermosa; pero con esa hermosura que tienen las cosas pequeñas, esa cotidianidad que a fuerza de verla se esconde en su rutina. “Beautiful Thing” es una película modesta y en esta cualidad radica toda su fuerza. Desde la primera imagen la pantalla se llena de una autenticidad increíble, una cualidad que se transmite a todo durante esos noventa minutos que dura la película. Los actores, todos desconocidos, están insuperables, haciéndote creer que están sacados del mismo barrio obrero londinense donde se desarrolla la historia y que al finalizar ésta, ellos seguirán allí... La trama la hemos visto innumerables veces; pero aquí, el valor fundamental reside en cómo nos es mostrada esa historia de amor. Una historia gay como esta, en manos menos sensibles, daría pie a que el dramatismo se instalara en cada uno de sus fotogramas; pero este no es el caso. La historia de dos vecinos que se enamoran en un entorno hostil da pie a un hermoso canto sobre la tolerancia, donde el dramatismo no surge de la orientación sexual que han tomado, sino de los problemas que ese mismo entorno genera. Ni el drama ni la comedia están subrayados, sino mostrados como ingredientes de la vida que cualquiera de nosotros podría llevar. El final es tan emocionante que convierte ese momento en un instante mágico, casi de fábula, pues desde esa autenticidad apabullante que muestra el film uno extrae las enseñanzas que siempre llevan las fábulas en la que terminas por admitir que puede que el mundo sea una mierda, pero la vida es cojonuda...