En el lenguaje cinematográfico, cuando después de un relato de muerte se introduce un plano largo y lento, con iluminación de claroscuros tenues y se acompaña de una música insistente apropiada, se nos quiere decir que el fantasma puede aparecer. Este código elemental es el que utiliza el director para introducirnos en la historia. Hermosillo, el director, se olvida de momento del lenguaje cinematográfico y adopta un lenguaje eminentemente teatral introduciendo un largísimo monólogo de Marco Antonio, el protagonista. Monólogo que Alberto Estrella expresa magníficamente aguantando un largo, largísimo primer plano. No así es la interpretación de su oponente, José Juan Meraz en el papel del fantasma. Destacaría a favor del director un traveling continuo de varias vueltas alrededor del protagonista mientras recita una especie de letanía diabólica con fondo de escaparates y en ningún momento aparece el reflejo de la cámara o de algún técnico. Pero la mejor invención del director es el juego que se produce entre la realidad de las imágenes que estamos viendo con la irrealidad del fantasma que para Marco Antonio es su realidad que quiere hacer desaparecer. No les engaño, es una película difícil de ver, pero si llegan a pasar la mitad del metraje, arriésguense a llegar al final y sigan pensando.