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Voto de Andrés Vélez Cuervo:
8
Drama Una de las primeras peliculas del cine mudo que abordaron la narración bíblica de Jesucristo, en esta ocación contada desde el punto de vista de María Magdalena (Dorothy Cumming), antigua cortesana al servicio de los romanos que es redimida por el amor de Jesús (H.B. Warner). En 1961Nicholas Ray hizo un remake con Jeffrey Hunter en el papel principal. (FILMAFFINITY)
10 de septiembre de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando uno ha recibió toda su infancia andanadas interminables de metraje bíblico cada Semana Santa, se le va generando una especie de callo seco, duro y denso que al final produce una extraña aversión por el cine de este tipo. Además, las ñoñerías tan comunes de muchas de las películas de contenido religioso pueden producir arcadas. Siendo esto así, enfrentarse a The King of Kings, una película de los años veinte sobre los últimos días de la vida de Jesús, resulta ser una experiencia, inicialmente, poco atractiva.
A pesar de esto, la primera impresión que me llevé de esta película fue harto curiosa y estimulante: María Magdalena (Jacqueline Logan), el personaje con el que arranca el largometraje, un putononón de miedo, caracterizada con toda la influencia exotista del Art Déco, se deleita frotándose los morros contra los bigotes de un leopardo (así como lo lee usted) y luego, cuando se entera de que un vago de nombre Jesús está reteniendo a su machote, Judas Iscariote, y metiéndole en la cabeza ideas locas en contra del buen gusto de la opulencia y el hedonismo, no se le ocurre decir cosa más natural que esta:
“Harness my zebras, gift of the Nubian King! This Carpenter shall learn that he cannot hold a man from Mary Magdalene!”
Y sí, en efecto, le preparan una modestita carroza tirada por cebras, nada menos que para ir a ver al mismísimo hombre que se declara hijo de Dios. Ahí es cuando uno piensa “puto Judas, pero qué mujeronón se ha levantado, yo quiero una de esas aunque me queme en el infierno”. Lástima que a semejante maravilla del género femenino luego Jesús le limpie los pecados (aunque, eso sí, esa es una secuencia genial porque literalmente le borra los fantasmas de sus vicios en un instante, haciendo visible en pantalla todo su poder redentor), y más aún, que DeMille la haya olvidado luego casi por completo como personaje y la haya relegado a ser relleno para dar, como era obvio, todo el protagonismo al mesías.
Después de esa genial experiencia inicial, el director ya me tenía en el bolsillo. Entonces hay que aguantar toda la bondad pastel de Jesús durante un rato, curando pobres enfermos y esas nimiedades por las que se ha hecho famoso. Ahora bien, es un justificadísimo sacrificio y ayuno para lo que se viene luego: la pasión. Aquí es cuando la película cobra una relevancia especial.
En efecto, desde el principio se es testigo de una mega-producción desmesurada, pero DeMille sabe dosificar tanto la extravagancia en los recursos como su talento visual, dejando lo mejor de la película para lo mejor de la historia de Jesús. The King of Kings se transforma desde el momento en que su protagonista es atado a un poste para recibir una lluvia de latigazos que solo atestiguamos a través de las sombras. Desde ese momento todo se vuelve poesía visual y atención al detalle. Mis momentos favoritos: aquella escena en que Jesús empieza a arrastrar su pesada cruz y DeMille solo deja ver la punta final de la misma y los pies de los soldados romanos y de los curiosos espectadores del viacrucis, aquella otra en que un ave de rapiña se posa en la cruz de uno de los ladrones que acompañan en su tortura a Cristo y, la mejor de todas, la de Judas colgando ahorcado de un árbol mientras un terremoto lo destruye todo con la furia de un dios salido de sus casillas.
La pasión de Cristo se ha llevado al cine de muchas maneras, pero este caso temprano es una demostración de que la mejor de las formas de hacerlo es a través de la más poética de las visceralidades. Afrontémoslo, la figura de Jesús no ha trascendido al tiempo de la manera en que lo ha hecho solo por sus tiernas enseñanzas de amor y solidaridad, sino porque la imagen de un hombre hecho añicos, clavado de pies y manos a un par de palos es una rotunda barbaridad que hechiza los sentidos como pocas (además es un caso raro de salvaje violencia gráfica apta para absolutamente todos los públicos). DeMille parece tenerlo claro y es por eso que se regodea en el dolor y el sacrificio, y es allí en donde demuestra por qué fue uno de los grandes de su época.
Si bien no la primera de ellas, The King of Kings es seguramente, además, la gran referencia del cine bíblico silente sobre la figura de Jesús (el título de la pionera le pertenece a Vie et passion du Christ, de Ferdinand Zecca y Lucien Nongue en 1905, con una segunda versión dos años después que fue la que verdaderamente tuvo notoriedad).
Sin duda alguna no deja de resultar extraña la experiencia de ver una película sobre Jesús de hace casi cien años de antigüedad, haciendo un paréntesis en el consumo frenético de imagen en movimiento contemporánea, pero por los clavos de Cristo que vale la pena.
Andrés Vélez Cuervo
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