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Voto de Benjamín Reyes:
4
Fantástico. Romance. Infantil Cuenta las andanzas de la Ella (Lily James), una joven cuyo padre, un comerciante, vuelve a casarse tras enviudar. Para agradar a su padre, acoge con cariño a su madrastra (Cate Blanchett) y a sus hijas (Holliday Grainger y Sophie McShera) en la casa familiar. Pero, cuando su padre muere inesperadamente, la joven queda a merced de unas mujeres celosas y malvadas que la convierten en sirvienta y la relegan a la cocina. Pero, a pesar de ... [+]
21 de abril de 2015
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase una vez un director de cine llamado Kenneth Branagh que dirigía interesantes versiones cinematográficas de los clásicos teatrales de William Shakespeare como “Mucho ruido y pocas nueces” (1993) o “Hamlet” (1996), y hete aquí, que por arte de birlibirloque un día le dio por ponerse al frente de una adaptación moderna de “Cenicienta”, orientada a un público eminentemente familiar, que precisamente, era el que llenaba la sala 6 de los Multicines Tenerife en el pase auspiciado por Preestrenos en Canarias.
“Cenicienta” tiene una buena puesta en escena, una buena fotografía, un descomunal despliegue de medios, interpretaciones aceptables, pero no es una buena película, lo cual no es óbice para que el respetable aplaudiera al final de la proyección. Cada filme tiene su público y el público de “Cenicienta” es estandarizado y lo que persigue es evadirse en la magia de Disney, una magia prefabricada y almibarada que persigue que el espectador “no vea el mundo tal y como es”.
Entre lo más destacado de “Cenicienta” cabe reseñar la escena en la que calabaza, el ganso, los reptiles y los ratones se convierten en carroza, personas y equinos. La prosopopeya sigue funcionando (recuerden “El oso”, 1988, de Jean-Jacques Annaud). Por eso, el momento más hilarante es aquel en el que el ganso, los reptiles y los ratones retoman su forma original. Es humor medido y eficaz. Todo en “Cenicienta” está medido. Por ejemplo, la alegre y pizpereta música que suena al principio del largometraje se torna lúgubre cuando hace acto de presencia la madrastra, acompañada de un gato negro de mirada aviesa, dejando en evidencia que es una harpía y enseguida todos simpatizamos con la pobre Cenicienta. Está claro que la receta Disney sigue funcionando. También sobresale el espectacular y colorido vestuario, dirigido por la reputada diseñadora Sandy Powell (ha ganado tres Oscar al mejor vestuario por “Shakespeare in Love”, 1999; “El aviador”, 2005; y “La joven Victoria”, 2010), que alcanza su cénit en la multitudinaria escena del baile.
Respecto al reparto, despunta la presencia de Helena Bonham Carter en su papel de hada madrina (en oposición a la hirsuta reina de “Alicia en el País de las Maravillas”, 2010). Cate Blanchet cumple las expectativas en su rol de cruel madrastra (aunque estaba mucho mejor Maribel Verdú en la versión de “Blancanieves”, 2012, de Pablo Berger). La princesa que deviene en sirvienta está encarnada por la joven Lily James, que hasta ahora era conocida por su trabajo en la serie “Downton Abbey”. Correcta. Como Ben Chaplin en la piel del padre de Cenicienta o Richard Madden (conocido por la serie “Juego de tronos) en la del príncipe azul. En el fondo lo que subyace en el clásico escrito por Charles Perrault en el siglo XVII –aunque sus orígenes se remontan al siglo I a.C. y al cuento "Rhodopis" del historiador griego Estrabón- es que el amor lo puede todo, incluso derribar las barreras de las clases sociales. Casi todos sabemos que esto no es verdad, pero nos gusta pensar, durante casi dos horas, que sí es posible.
Entre el público asistente había niñas disfrazadas de Cenicienta. Son estereotipos que se perpetúan de generación en generación. Afortunadamente también son inmortales las películas clásicas en blanco y negro de Buster Keaton, Charles Chaplin, Harold Lloyd o el Gordo (Oliver Hardy) y el Flaco (Stan Laurel). La marca Disney es imbatible y ha dado al cine un puñado de títulos estimables como “Tron”, 1982, “El rey león”, 1994 o la reciente “Big Hero 6”, 2014, pero prefiero que mis tres sobrinos se impregnen del derroche de fantasía e imaginación del cine de Tim Burton (cuentos blancos de apariencia nigérrima) o dejen volar su imaginación a través del cine de Hayao Miyazaki (que transmite una sabia conciencia ecológica). El cine no es solo un mero pasatiempo para comer cotufas y beber refrescos sino una herramienta pedagógica de primera magnitud.
Benjamín Reyes
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